martes, 13 de febrero de 2018

Ecología y consumismo



A mí me gustan los bodegones, los bares viejos, hasta diría un poco sucios, por lo menos polvorientos, con el mozo con una chaqueta bordó, que no te da charla, pero que si le das charla, charla, pero a mi prima Zoe no, y entonces cuando vino a Buenos Aires no la llevé ahí, fuimos a los lugares que ella prefiere, que yo no los entiendo, que todos se llaman green algo, green esto, green lo otro, “go green”, “green it”, green it… ¿qué es eso?, y todo es orgánico, vegano, saludable, 100% alguna cosa, con los jugos que cuestan lo que cuesta un almuerzo en el bar de aquel mozo de chaqueta bordó, con ensaladas de brotes de alguna planta misteriosa, cremas de colores, y toda gente como ella, jóvenes, ropita nueva, bolsas recién salidas del shopping, zapatitos limpios, caras frescas, gente mucho, pero mucho más linda que allá en lo del mozo, donde están los judíos del barrio, algunos tacheros que fuman cerca de la ventana abierta, tipos con panza, no como acá, que los chicos tienen unos cuerpos atléticos, ninguno con pancita, con la barba y el pelo arreglados en la barbería, todos con el corte de Messi, y yo no sé qué hago ahí, comiendo una hamburguesa hecha con porotos y un jugo de zanahoria con achicoria.
Pero voy a decir una cosa de mi prima: es completamente honesta.
Cuando le observé que si se dice ecologista me parecía que esos lugares no son muy ecológicos, porque el fondo del problema de la ecología es el sistema capitalista, que extenúa y transforma en basura el planeta para que los más ricos ganen más, y para eso necesita el consumismo, y esos bares son la apoteosis del consumismo; cuando le observé eso me respondió “¿quién te dijo que yo soy ecologista? Me gustan los lugares trendy, me gusta estar saludable. Vos hablás del consumismo: me encanta consumir”.





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