Breve historia de oficina. Éramos el equipo de producción
audiovisual de una empresa de servicios satelitales. Almorzábamos juntos. Un
mediodía Rodrigo contó, no muy fuerte, charlando con Daniela y conmigo, que se
había enamorado. Me asaltó la observación de cómo reaccionó cada uno. Hubo
quienes no lo registraron, quienes lo miraron con curiosidad, quienes se
emocionaron por sí mismos y hubo quienes se alegraron por él. Daniela lo miraba
fijo, con una sonrisa de ángel y los ojos llenos de lágrimas.
Andrea, mi sobrina doctora, estaba reloca con un psicólogo. Es
DIVINO, me decía. Lo estudiaba. Me dijo que estaba recontrabueno, pero que era como
que él no lo sabía, y que tenía una mujer bruta, mala y estúpida, que no se
daba cuenta de lo que él valía. Andrea estuvo como tres meses dando vuelta a
ver cómo le entraba, y cada vez levantaba más presión. Hasta que zás. Los hizo
sonar. En un consultorio, o en una habitación sin pacientes, o con pacientes,
no sé, porque ya estaban los dos on fire mal. ¿Y entonces?, le pregunté. ¿Sabés
que de verdad era un bobo? Tenía mal aliento, no tenía gracia, tenía un
pensamiento plano. No entendía ningún chiste.
Uno a veces piensa en la vida y la verdad, no le encuentra la
vuelta. Qué lo parió. Pero me parece que hay un pequeño truco. Cada día es como
una puerta, que se abre a la mañana y se cerrará cuando nos durmamos. Si la
vida es demasiado, podemos entrar en el día y vivirlo entregados a la calma
perfecta o corriendo mariposas o prendiendo fuego el cielo, la casa y el
sillón.
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