¿Qué sería una escritura mágica?
Personas fantasiosas han imaginado a lo largo de los siglos todo tipo de magia surgida de la escritura.
Hace más de 50 siglos, el Emperador Amarillo encargó a su ministro Cangjie (仓颉), que inventara un nuevo método de escritura. Cangjie, que era un Sabio, se tomó el tiempo necesario, convocando la inspiración de la Naturaleza. Un día, en una playa vio una extraña ave. Notó que las huellas que la criatura dejaba sobre la arena le eran completamente desconocidas, y esto llevó a su pensamiento a la certeza de que cada ser deja una huella diferente en el mundo. “Ese será el principio de la escritura que me pide el Emperador”, se dijo.
En otro lugar del mundo, la tradición cabalística hablaba del Golem, un ser creado por un rabino a partir de las letras sagradas del Nombre de Dios. En el Libro Yetzirá (Libro de la Creación) se lee que Dios realiza su creación con las 22 letras del alfabeto: “así se cumple entonces que todo lo creado y todo lo hablado procede de un nombre”.
De esta manera, el hombre rivaliza con Dios en su poder de creación. En el folclore hebreo, Adán es el primer Golem. (Hay un hermoso poema de Jorge L: Borges dedicado al tema*).
Adonde llegó, la Evangelización Cristiana ha empotrado con su Espíritu y su Espada el dogma de que la letra de la Biblia es la Palabra de Dios. El inca Atahualpa pidió una Biblia cuando le dijeron que en ese objeto hablaba Dios y al comprobar que no escuchaba nada, la arrojó lejos. No fueron escasos los castigos sufridos por los americanos por aquella afrenta a la magia divina.
Otro objeto, singular, tendría el poder mágico de solucionar el daño que Dios había causado en Babel con su escarmiento a la soberbia de los hombres: la Piedra de Rosetta, un fragmento de una antigua estela egipcia en la que está inscripto el decreto de un faraón publicado en Menfis, 196 años antes del nacimiento de Cristo. El extraordinario poder de la Piedra de Rosetta está basado en que el decreto aparece en tres escrituras distintas: jeroglíficos egipcios, escritura demótica y griego antiguo. Esto permitió el desciframiento de los jeroglíficos, lo que equivalió a abrir las puertas de una cultura portentosa que había quedado clausurada.
Luego hay fantasías menos absolutas.
Un texto que cambia solo.
Un texto escrito con una tinta que contiene veneno.
Palabras escritas que se van del papel, se echan a andar, tienen vida en el mundo.
Nombres escritos en un papel que van a parar al freezer o al fuego, o la panza de un sapo al que se le cose la boca, para causarle un efecto a su portador.
El nombre en vasos de un local de Starbucks, la apoteosis del individualismo hedonista.
El poder posesivo del nombre inscripto en una taza, la etiqueta de una campera o un cuchillo.
La identidad que confiere el nombre relacionado con una categoría, en la placa de abogado que los padres regalan al hijo en su graduación, el título junto al nombre en una tarjeta personal, el nombre incluido en la lista de los donantes de una iglesia.
La perennidad que confiere aquello que es grabado para siempre, en una lápida o en un tatuaje.
Pero ¿es necesario que lo que esté inscripto tenga más poder que el de guardar todo lo que producimos, fuera de cada cuerpo y cada mente, para todos los demás humanos, incluidos los que aún no nacieron?
¿Es necesaria una magia mayor que la de compartir la experiencia?
¿Es necesario un poder más extraordinario que el de despertar la fantasía, el de hacer vivir?
¿Hay necesidad de un poder mayor que el de hacer vivir?
Volvamos adonde empezamos, la escritura china. Sus signos no necesitan crear hombres, dotar de eternidad o infundir el dictamen de una divinidad despótica.
Sus signos se entrelazan, crean mundos a partir de una multiplicidad de juegos, que incluyen signos que representan con dibujos las cosas de este mundo (pictogramas), las ideas de los chinos (ideogramas) y otros.
Han sido creados, perfeccionados, retorcidos, metamorfoseados, enriquecidos, en fin, labrados en su uso de miles de años, de la misma forma que lo han sido todas las escrituras.
La china, en particular, contiene creaciones llenas de humor y encanto.
Un modo de escribir el sentimiento de “envidia” combina “cabra”, “agua”, “lejos”, “boca”, convocando la imagen de alguien a quien se le hace agua la boca al ver que, lejos, se está asando una deliciosa cabra.
Un modo de escribir “irrupción” muestra el instante en que un caballo pasa a través de una puerta.
Un modo de escribir “hogar” propone “techo” y “cerdo”: allí donde juntos tenemos comida y refugio.
Un modo de escribir “ladrido” es poner “boca” junto a “perro”.
Un modo de escribir “bien” asocia “mujer” con “niño”: si el niño está con una mujer, todo está bien.
Un modo de decir “conducción” pone juntos un “caballo” y una “mano”: si la simple mano tiene poder sobre el vigor explosivo del caballo, entonces hay “conducción”.
Alguien de apellido “Yuan”, digamos el “Señor Yuan”, asociado con “animal”, da como resultado “mono”. No es simplemente “animal” y “humano”.
Una manera de decir “mimar” pone dentro de una “caseta”, un “refugio íntimo”, sólo para una criatura, una “cucha”, a un “dragón”. Es un signo cargado de ternura y humor, que no insulta el poder del dragón. En su simpleza, es logradamente rebuscado. Cuidar a un niño, a una mascota, a un anciano, es natural, pero ¿cómo expresar de modo inolvidable que se —usemos esa entrañable palabra de los mejicanos— “apapacha” a alguien? Pues haciendo que ese ser sea el Rey del Cielo, hecho de Fuego y Divinidad, patriarca de emperadores, el Poder mismo. Si se puede apapachar a un dragón, se puede apapachar al mundo.
* El golem
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.
Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.
Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)
Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.
El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'
'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'
En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
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