Desde hace 80 años se habla de principio antrópico: el Universo evolucionó para que exista el Hombre.
Esto había surgido con el polaco Copérnico, cuando se le ocurrió que el centro del Universo no era Dios, sino el Hombre.
De allí en más el Hombre pasó a ser el Europeo.
Todos los demás eran bestias.
Luego surgió la idea de la evolución, y las bestias humanas fueron ubicadas en una escala evolutiva, desde los más primitivos hasta la cúspide, el Europeo blanco.
Con la Iglesia se llegó a un acuerdo: el Hombre es el Centro de la Creación de Dios.
Dios ama al Hombre, que es Su Hijo, y creó el Universo para su provecho.
En este esquema que podemos imaginar como un cono, la puntita es el Hombre Blanco, más abajo están los demás humanos, y más abajo los animales.
En el plan de Dios, y del Hombre Blanco, los que están arriba tienen derecho a usar a los que están abajo.
Usar es quitarles lo que tienen, hacerlos trabajar, matarlos, comerlos, vestirse con su cuero, etc.
Bien, han aparecido personas que no están de acuerdo con esta manera de ver las cosas.
Dicen que el hombre no es la cumbre de la evolución.
Dicen que es tan diferente y tan especial como cualquier especie lo es respecto de todas las demás.
Creo que el argumento es válido.
(También veo que está mucho en manos de tilingos —desde los que odian a los niños, marrones, preferentemente, y adoran a las mascotas, hasta los que aman a los animalitos para satisfacer su instinto maternal y quienes se perciben perro, por cierto, de raza).
Es perfectamente lógico considerar que cada especie tiene el mismo valor que las demás. Basta con dejar de lado esa idea de evolución, con la que tanto se han beneficiado algunos poco y han destrozado a todos los demás, y al resto del planeta, desde justificar la explotación y el genocidio de cientos de sociedades hasta Auschwitz.
Una idea que, a propósito, está en pleno auge.
Dejar de pensar en superiores e inferiores le ofrece a la zoología, la ontología, la psicología, la lingüística y tantas otras disciplinas un campo tan fértil que es imposible que no surja un mundo nuevo.
Sólo es cuestión de soltar la idea de que los humanos son únicos y superiores.
Como en tantas cosas, el asunto no es que no tengamos capacidad: el asunto es que mantenemos nuestras fuerzas encadenadas.
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