lunes, 18 de noviembre de 2024

Legado

 Fueron muchas emociones anoche.

Paso el día de mi cumpleaños intentando recuperarme de la fiesta de mi cumpleaños.

Cumplí un montón de años, más o menos la cantidad en la que uno empieza a pensar en el legado.

Pensar el legado es pensar aquello que le fue legado a uno y qué ha hecho uno con eso, o sea, qué legado le deja a los que vienen atrás.

Y entonces pasaron cosas en la fiesta. Me llama mi padre en la mitad del camión de peronistas sacudiéndose. No suelo atender el teléfono en las reuniones. Mi padre está grande y, habiendo sido siempre una roca de hierro congelado, ahora está reblandecido y necesita hablar cada día, y vi que me había llamado 17 veces. En un momento alguien me avisa: “te está llamando tu papá”, le digo que gracias, que no voy a atender ahora, que lo llamaré después. Sin embargo, oigo: “pero es tu papá”. Y entonces recuerdo que, aún conociendo no poco el pensamiento de Confucio, debió ser Angie quien me hiciera comprender que mi rebeldía con mi padre choca con la cordillera inconmensurable de 2.500 años de piedad filial: el padre es más importante que los amigos, la esposa, los hijos, el padre siempre tiene razón, el padre existe para que uno exista venerándolo. “Atendé, es tu papá” me dice alguien y veo que es Laura, la única china en la reunión. Me estaba dando el celular para que lo atienda desde el fondo más profundo de la China más profunda. La sentí tan familia como si fuéramos hermanos que vivieron en la misma casa desde el nacimiento hasta la vejez.

Viendo que yo no agarraría el celular, Laura atiende y durante una hora le muestra la reunión a mi papá, que está solo en su casa en Nueva York, con sus 88 años.

* * *

Mi papá dejó un amigo chino en Argentina, Lo Yuao. Se hizo artista, bohemio, inspiró un libro que yo escribí y Camilo editó, y de algún modo inspiró la revista DangDai, que hicimos con Camilo y Néstor y orientó mi carrera hacia China.

Cuando mi hijo Fer tenía 13 años era un practicante de kung fu muy destacado y le pidió a Lo Yuao que escribiera el signo chino de “kung fu”. Lo Yuao se tomó el pedido muy en serio, practicó varias veces hasta que estuvo conforme con su caligrafía. Le dio a Fer el papel que decía: 功夫. A los 3 días Fer se apareció con el signo tatuado en el brazo. La madre lo quería asesinar, pero 20 años después aún lo muestra.

La fiesta de mi cumpleaños fue también la inauguración de mi nueva casa como lugar de reuniones. Juan me ha ayudado mucho a elegir y armar esta casa. Le comenté que no le encontraba lugar al caballete que heredé de Lo Yuao (cuando Lo Yuao murió, fuimos con Camilo y Fer a recoger lo que había dejado para mí, cuadros, pinceles, pinturas, libros, todo relacionado con el arte). Yo pinto, pero tan poco, que es una locura tener ese caballete aparatoso estorbando donde lo pongo. Y entonces Juan me dijo que su hija Emilia va a estudiar arte, y que no le parecía mal complementar su arte en la computadora con el arte tradicional en un caballete. Sentí la felicidad de Lo Yuao adentro mío como un pequeño ardor.

Pensé en Lo Yuao sonriendo en el cielo de los chinos, mirando el brazo tatuado de Fer y a Emilia pintando en su caballete.

Otra vez el cangrejo del sentimiento me atenazó el gañote.

Hoy vino mi hija Irina a traerme una torta de banana que sabe hacer, tan deliciosa que parecía preparada para los dioses, y cuando nos disponíamos a comerla con unos mates, llamó Fer desde Sicilia, adonde se acaba de mudar. Le pedí que nos mostrara el tatuaje.

 


   




 






    






















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