— Disculpá, no te voy a seguir escuchando —me dijo Yamila —. No sigas hablando.
Sentí cómo la sangre se me había subido de golpe a la cabeza, tenía la cara hinchada y calientísima, y sabía que me había puesto rojo como un pimiento.
—Disculpá —me repitió—. Tardo entre 98 y 140 segundos en aburrirme cuando hablo con alguien que no está enchufado a algo que tiene sentido. Si no me hablan de por qué dicen lo que dicen, si repiten eternamente lo mismo que escucharon de otro que también se repite eternamente, siento que estoy con un cadáver que flota en una pileta.
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