domingo, 30 de mayo de 2010

Smile (es otoño)


— No tienen emociones.
— Pero ¿cómo vas a decir eso? Encima tu papá es chino…
— Bueno, eso sólo agrega autoridad a lo que estoy diciendo: los chinos no tienen sentimientos.
— ¡Estás diciendo una bestialidad!
— La realidad tiene costados bestiales, Mary-Sue.
— No es mi experiencia. He tenido innumerables compañeros chinos y tienen las mismas emociones que tengo yo.
— ¿No adquiriste el lenguaje español, luego el inglés? ¿Por qué no vas a haber adquirido el lenguaje de las emociones?
— Los humanos tienen emociones…
— Claro, las adquieren. El sentimiento de compañerismo peronista, por ejemplo, ¿te parece que nacemos con él? No. Y por otro lado, ¿te parece que un nigeriano, arrojado entre los peronistas, no lo aprenderá? Se emocionará cuando vaya en una marcha cantando con la muchachada de la jotapé, sentirá el carisma de Perón al verlo en una foto, algo profundo en su interior vibrará cuando escuche la voz de Evita.
— Sí, todo eso sí, pero ¿cómo voy a aceptar que los chinos no tienen sentimientos?
— Tendrías que haber visto a mis tíos y mis abuelos, cuando no había ningún occidental cerca.
— Los hacés quedar como extraterrestres.
— ¿Te acordás de La balada de Narayama?
— ¡Esos eran japoneses!
— No importa.
— ¡No son lo mismo! ¡No podés ser tan bruto!
— Para el caso es lo mismo, Mary-Sue. Hay dos situaciones antagónicas en esa película. Estaba el tipo que tenía que llevar su madre hasta la montaña y allí abandonarla a la muerte. El pobre sufría y lloraba, se debatía como loco entre la tradición, que se la ordenaba la propia madre, y su sentimiento. Por otro, había un opa que no podía más sin estar con una mujer. La madre de este hablaba con una vieja amiga y le pedía que calmara al opa, a lo que la amiga accedía. Ni el opa sentía nada, ni la madre sentía nada, ni la amiga. En la primera situación todo es sentimiento, en la segunda, nada. ¿No podrías invertir la carga? Sí, y no sucedería nada con la película. Por orden de los productores, el director metió un sentimiento en la película, porque de otra manera sería indigerible en Occidente.
— No, no. Ni los chinos son iguales a los japoneses, ni ninguno de los dos carece de sentimiento. Estás diciendo una pavada grande como una casa.
Esto charlamos mientras viajábamos aquel año, mientras los álamos nos hacían de cortina contra el sol cuando la tarde iba a caer. Pronto los álamos tendrían ese dorado glorioso, transparente, lleno de luz; aún tenían el último verde del otoño. Y pronto estaríamos en la casa de la montaña, fresca, nuestra. Encenderíamos el hogar, nos recostaríamos frente a él, yo abrazando a Mary-Sue, oliendo el sabor a aire de su cabello.

Y ahora es otoño otra vez. Son las tres de la mañana. Estoy solo en mi departamento, viendo una película sobre chinos en una ciudad de los Estados Unidos, “Take Out”. Dos chinos hacen el delivery de una rotisería. Uno es piola, el otro está recién llegado de China. El más adaptado dice “tenés que sonreír. Te dan poca propina porque no los mirás. Tu cara es impasible. Tenés que sonreír y decir ‘thank you very much’”. Le muestra dos, tres veces cómo debe sonreír y decir ‘thank you very much’.
El recién llegado practica.
— No, no —dice el otro—. Sólo sonreís con la boca. Tenés que sonreír con los ojos. Así, así, ¿ves? ¿es muy difícil?
— ¡Estoy cansado, no puedo aprender!
— No te quejés, entonces, de que te dan poca propina. Tenés que entender a los norteamericanos. Aquí dicen “no money, no honey”.
Quisiera estar con Mary-Sue en este momento, viendo esto, acostados en esta puta cama gigante.

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