lunes, 12 de julio de 2010

Selene

Selene tiene la expresión de los perros dragones de la fantasía decorativa china, con los redondos ojos saltones y ciegos, apuntando siempre al mismo lugar, adelante y abajo, y la carne de la cara fofa, amontonada en un extraño gesto que podría ser de sufrimiento, pero no lo es.
No está bien que yo la describa. Se me hace inmoral y agraviante que permita el brote de la morbosidad. Siento que hay cosas que no deben ser escritas. ¿Pero no debería el testigo de un fenómeno contárselo al resto del mundo? ¿No está mal guardarse y no compartir la visión de la transformación de lo humano más allá de lo imaginable en algo milagrosamente perfecto, como la estatua de David de Miguel Ángel, insoportablemente sufriente, como el Cristo crucificado, atrozmente imposible, como un niño chino con cuatro piernas y ningún brazo, o inconcebiblemente luminoso, como un líder que enardece las multitudes? ¿Debería reprimirse la necesidad, que puede ser ardiente, de describir la transformación insondable, horripilante y perversa que causa en las personas, sus cuerpos, sus pensamientos, la locura?
Aunque sentía culpa, no podía dejar de observar en la clínica a Selene. Selene, que no respondía, que con sus ojos de piedra y su cara de carne de hígado hacía gestos que se parecían a una sonrisa, o a una súbita abstracción, cuando yo le hablaba.

Por mucho que siguiera escribiendo, yo no habría podido salir de este juego, yendo de la certeza moral que me manda callar a la certeza ética que me manda testimoniar. Podría quedarme encerrado para siempre en esa disquisición, pero entonces, asombrosamente, es Selene quien me saca de allí.

He averiguado que tiene un hijo y que el cordón que la une a la realidad es el amor por él. Un amor lacerado, frustrado por la enfermedad de Selene. Es una mujer grande; debe haber pasado años y años amando a su hijo confinada a este lugar, y esa ha sido su única manera de permanecer en el mundo.

Le pido a Selene que escriba un cuento y automáticamente acepta. Tarda mucho, pero al fin me alcanza un papel escrito con una letra desfigurada.

Este es el cuento:
“Sofi estaba muy enamorada. De noche dibujó un corazón en la plaza, cuando la plaza estaba iluminada y había mucha gente pintando con brillantes colores. Sofi pintó en el piso, en el medio de la plaza, un corazón para mi hijo, porque lo quería mucho.
Empezó a llover, pero la lluvia no borró el corazón. Sofi lo había dibujado con su lápiz labial.
A la mañana la plaza se llenó de palomas que volaban o que comían maíz de la mano de la gente, y era hermoso ver el corazón allí en el medio.
Sofi volvió a su casa, donde la esperaban Sergio y el bebé de los dos. Sergio lo acunaba para que no llorara. Sofi abrazó a los dos y quedaron muy felices.”


Observo a Selene después de leer el cuento. Tiene la expresión de los perros dragones de la fantasía decorativa china, con los redondos ojos saltones y ciegos, apuntando siempre al mismo lugar, adelante y abajo.

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