Hay algo interesante respecto de los árboles, según me contó un día un fitopatólogo: no mueren. Es decir, no tienen el dispositivo de la muerte, por lo que su muerte siempre es debida a un accidente (enfermedad, etc.). Y es más, el fitopatólogo, a la sazón mudo y mi suegro, tipo de una racionalidad crudamente despojada, me dijo que el asunto vale para todos los seres orgánicos. Aunque las estadísticas indiquen que los ejemplares de cada especie no superan vivos una determinada cantidad de tiempo, nada manda que mueran. Anteayer mi madre dijo que la Tía Tita podría haber vivido 10 años más. ¿Y entonces de qué se moriría?, le pregunté, y objeté a su respuesta que también eso era curable. Admitió que era posible, y que curada, podría vivir otros diez o veinte años. ¿Y entonces? Nuevamente, moriría de algo curable. Y así.
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