Te traje flores, no tan esmeradamente como para que nunca
faltaran en tu casa, pero sí bastante seguido. Al principio las agradeciste,
luego ya no. Y luego ya las dejabas arriba de algún lugar, por ahí. Iba yo y
las desenvolvía, le cortaba las puntas y las acomodaba en el florero. Pensé que
no las valorabas porque te las traía sin permitirte desearlas y entonces ya no
te llevé más. Pero no volviste a pedirlas. Ahora nada me indica que las
extrañes, ni que las desees, ni que las recuerdes.