miércoles, 31 de diciembre de 2014

Candy Bar




El Candy Bar, en ochava de Durazno y Santiago de Chile, barrio de Palermo.
Seis montevideanos en la vereda, fumando y charlando desde vaya a saber cuándo. Uno es joven, otra es una señora; los demás, hombres de más de medio siglo.
Hay un cartel de ANTEL (compañía telefónica estatal) oxidado. Un día se va a caer.
En el interior ya no está el teléfono que anunció. Salvo tres máquinas tragamonedas (dos en desuso), todo es anterior al fantasma del teléfono. Incluso el perro, petiso, despatarrado sobre las baldosas que le refrescan las verijas.
En un televisor, el noticiero. Al lado mío dos octogenarios analizan y discuten un documento legal. Cada tanto llega alguien y participa. Seguirán con el tema una vez que yo me haya ido.
Hay una foto de Gardel, otra de Zitarrosa, dos de Nacional Campeón, de un automóvil de los años 60 corriendo una carrera. Hay un cuadro artístico de rosas, otro de un negro que baila y otro de un castillo, que semioculta el mapa del Uruguay.
Objetos antiguos, y entre ellos, antigüedades. No se sabe cuál es cuál. Un poco se distingue por la intención. Una lámpara de querosén, una máquina de café, un turboventilador gigante que funciona, una radio que no, un trofeo de fútbol tapado de polvo, igual que las botellas en las estanterías, en un rincón un mazo de cartas dentro de un tarro de plástico amarillo que una vez fue de Crema de Ordeñe.
Me siento en una de las cinco mesas. Alfredo, el dueño, no viene a servirme. Los que quieren algo, se lo van a pedir al mostrador. En un rato bastante largo, se han pedido dos cervezas y una soda.
Un amigo que vive aquí me ha contado, no sin un dejo de angustia, del carpintero que le está haciendo una obra: “carpintero uruguayo: en tres horas, piensa dos y trabaja una”.
Pero no hay embotellamientos en Montevideo. Los chicos juegan en las veredas. Los jóvenes recuerdan en una pared el triunfo de la selección de fútbol contra Inglaterra, en algún campeonato mundial. Se hacen cargo de la tradición de darles a los acontecimientos una dimensión histórica, e inmediatamente melancolizarlos. Las vecinas charlan de balcón a balcón temas de la política. La gente anda en alpargatas o en ojotas, calzados para quien no se deja atropellar por el apuro. Se tarda mucho para ir de un lado a otro. Se camina con tiempo para cavilar. Gran logro, esto que han conseguido los uruguayos.












1 comentario:

  1. Hola! Me gustó encontrarme con esta foto típica del barrio!Te voy a mandar
    Fotos del nuevo Candy Bar!
    Quedo genial

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