Para las fiestas el tío Jaime llegaba cuando ya estaba la
mesa puesta, con los adornos, las servilletas de papel con estrellas federales,
la ensalada rusa y el vitel toné, se paraba en la puerta en silencio hasta que
todos lo miraban y entonces los contaba, en voz alta y con el índice,
"trece, catorce... diecisiete, dieciocho… veintiuno, ventidós, ventitrés”, y remataba: “se
pueden ir todos a la reputa que los parió", y se iba.
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