No son tan pocas las personas que llegan a los 100 años.
En estos días fue el cumpleaños de Evita, que aún no habría
cumplido los 100. Bien podría seguir entre nosotros.
De todos modos, no está, así como está, menos viva.
Quizás el mayor teórico del peronismo le confesó a un amigo
que a él no le daba el pinet para ser peronista. Nadie dudaba que lo era; si
cualquiera se dice peronista, es admitido inmediatamente sin problemas por
peronistas y antiperonistas, pero él decía que ser peronista era tener una fe y
vivir a Perón y Evita de un modo directo. El decía: "yo soy
peronistista".
Hace pocos años le hice escuchar a una tía la voz de Evita en
un vídeo de YouTube. Ella no la había escuchado desde que Evita estaba viva. Se
puso a llorar con un desamparo que me obligó a abrazarla. Pensé en cuánta gente
se ha abrazado por Eva, cuántos cuerpos y cuántas lágrimas se mezclaron por su
nombre.
Esta es la estatua que está en la plaza presidente Juan
Domingo Perón. Perón está en lo alto. Muy alto. Me hace pensar que no siento en
el panorama actual el gen de los políticos de la gran dimensión, gente que se
ponga por arriba de las circunstancias, mire allá lejos y desenrede las
miserias del presente poniendo proa a un sueño verdaderamente grande.
Me gusta ver en la estatua de Perón a este hombre que se
esfuerza en la base. Sin el idealismo, la rebeldía y la explosividad de los
jóvenes, el mundo no marcharía. Sin embargo, creo que esto se ha vuelto cliché.
El hombre en esta estatua no es un chico. El artista eligió que fuera un tipo
con edad suficiente para tener las convicciones asentadas, y luchar por la
fuerza de esas convicciones, antes que por tener fuerza demás.
En fin, algunos nos seguimos juntando, peronistas y
peronististas, sobrinos de tías a las que aún les arde Eva, seguimos celebrando
el rito del asado, evocando aquellos nombres, propiciando con la fe, el regreso
de algo grande.
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