— ¿Los castigan mucho con Jacques Derrida? —le pregunto a
mi hija Irina, que cursa la carrera de Letras.
— No tanto.
— ¿Te gusta la filosofía, Ira?
— Si tengo un rato para leer, entre una novela, algo de
teoría literaria y un libro de filosofía, lo último que agarro es un libro de
filosofía. Quizás no lo agarre, de todos modos.
— ¿Por qué?
— No sé, no termino de entender que la filosofía sea una
cosa.
— ¿Cómo?
— ¿La filosofía es pensar el ser? Entonces está en todo.
Todo el que piensa, piensa el ser, ¿qué otra cosa se puede pensar? Y entonces
¿por qué a algo se le llama filosofía y al resto no?
— Se parece a lo que me decías de la poesía, que sólo es
un género literario porque en un momento se lo inventó y luego se hizo
tradición.
— Sí, hay poesía en las cosas.
— En todo caso, lo que tiene entidad son los poemas.
— Ponele —aunque a veces la diferencia entre el género de
poemas y otros géneros no es nítida.
— Una vez escuché a un andaluz decir que un bailaor
“tiene los pies muy inteligentes”.
— Y también pasa con la meditación. Se hace el show de la
meditación. Una vez estábamos todos meditando, como un gran rito, todos con una
misma onda de paz flotante, con ropa parecida, en la sala había sahumerio, una
determinada luz. Por la ventana vi que un flaco limpiaba el vidrio en un
edificio de enfrente. Debe haber estado tres horas limpiando, colgado, a 30
metros del piso, haciendo el mismo movimiento. Claramente estaba meditando.
— Como el gaucho que chupa la bombilla de mate al lado
del fogón.
— Y como la señora del comedor barrial que cocina, el
camionero que va por la ruta, el pibe que lava autos, la mujer que cose en el
taller de costura, el operario que hace todos los días lo mismo una y otra vez,
una y otra vez, en la fábrica de escobas: todos meditan.
— Cierto.
— La gente cuando habla en los velorios, ¿no filosofa?
Prefiero entenderlos a ellos que no entender a Derrida.
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