domingo, 24 de enero de 2021

Internado por covid19

   






1. Temas de fondo

Necesitamos pensar temas de fondo, quizás esa es una nave sobre la que vino montada la pandemia.

El tema de la mujer, el odio social, la mentira generalizada de los medios por lo que conocemos toda la realidad, la pobreza que no para de crecer, los temas del medio ambiente, los grandes poderes económicos que disponen de cada aspecto de nuestras vidas, el mundo en el que van a vivir nuestros hijos.

Son temas de siempre, pero cada vez necesitamos más que algo nos los ponga frente a frente.

La pandemia nos puso la muerte enfrente. En las semanas previas a que me contagiara y enfermara pensé mucho en la trampa en que hemos caído con nuestra medicina por el tema de la eutanasia. La medicina sólo tiene la opción de mantener vivo un cuerpo, sea como sea, lo cual llega a ser de una perversión insoportable y deja sola a la persona que sabe que tendrá una muerte horrible ante la decisión de suicidarse.

No había manera de que yo muriera, pero la infección de mis pulmones y días de fiebre sin parar me pusieron frente al tema.

 

 

2. El sistema de salud

El sistema de salud funciona, pero no se lo puede dejar solo. Recomiendo que repases todo lo que pasaría, paso por paso, si tuvieras síntomas. Yo me confié por completo y por eso fui a parar al hospital.

 

 

3. Roommates

 

En mi habitación tuve bastante suerte con los roommates.

José era un correntino fuerte como un boxeador. Estuvo una semana con el único síntoma de no sentir olor ni sabor. No lo mandaban a la casa porque estaba llena de gente. Sin síntomas, tenía la energía intacta y tenía muchas ganas de charlar. Lo primero que me dijo fue “qué bueno que se puede hablar con vos, porque el que estaba antes no respondía”. Yo no le había respondido nada, todavía.

Desbordaba de ganas de que fuéramos amigos. Era de River, pero cuando vimos el partido de Boca, hinchaba para Boca para que yo fuera su amigo.

Amaba mucho la televisión, que tenía encendida todo el día. Así me enteré de que hay un canal argentino que pasa todo el día un programa en que mujeres supersexies y homosexuales bailan en medio de una pantalla de psicodelia electrónica, intercalado con juegos como el de la modelo que más rápido desenrosca un tornillo de un caño y las familias hacen que un perro atraviese un pasillo en el estudio de televisión entre gritos enloquecedores.

Una vez que el programa me despertó con sus alaridos y música, vi que José había puesto sus pies sobre mi cama. Quería mucho que fuéramos amigos.

 

Luego llegó el ingeniero del Estado. Era un hombre muy viejo. Sólo le quedaba un cuarto del pulmón derecho y un tercio del izquierdo; sin embargo, se recuperó muy bien y se fue.

No usaba celular.

Era realmente tenue. Cuando le iban a tomar la fiebre, no le encontraban la temperatura. Incluso a veces, de noche, no le encontraban la axila. Y, por lo menos una vez, no le encontraron el cuerpo.

 

Finalmente vino Gimli, el de El Señor de los Anillos. Un tipo muy petiso y muy morrudo que, como José, rebalsaba energía. En ningún momento de los cuatro días que compartimos el cuarto dejó de hablar por teléfono, día y noche.

A veces hablaba con su mujer. La frase que más decís era “pero mirá que sos dura, ¿eh?”

Será la frase que más recordaré de esta internación.

Con todas las demás personas hablaba en grupo.

A veces, para gritar más libremente, se iba a hablar a la ventana. Muchas veces lo hacían callar de otras habitaciones a la que daba la ventana.

 

 

4. Un largo adiós

Nada me iba a pasar.

Pero había escuchado algunas historias de hombres de mi condición física y edad que se enfermaron y que terminaban muy mal.

Llegué con la idea de que estaría algunas horas, pero las horas se hicieron días, y la fiebre no bajaba, y luego comenzó a aumentar, y entonces aparecieron otros síntomas.

Fue emergiéndome la pesadilla de la puerta de salida que en un momento estaba al alcance de mi mano, pero entonces se aleja, cada vez más.

No temí la muerte; en cambio me desesperó no cumplir con promesas de que nunca le fallaría a algunas personas. Había hecho de esas promesas mi vida.

No es que esas personas realmente me necesitaran, no son niños, no están desvalidos, pero es que no fallarles era el principal motivo por el que estoy vivo.

Me enfrenté con desesperación, aunque quizás también con cierto alivio, a que un día ya no seré necesario.

Me enfrenté a comenzar, de algún modo, un largo adiós.

 

 

5. Apoyos

No me dio de alta la medicina.

No conseguí yo solito salir adelante.

Fueron los amigos los que me rescataron del secuestro de la enfermedad.

Quedé agradecido profundamente con cada uno que me deseó el bien.

Uno está vivo sólo si está con otros.

 

Todo cariño es una bendición, especialmente con el tratamiento de esta enfermedad tan contagiosa que el aislamiento es extremo. Incluso las enfermeras evitaban entrar en la habitación salvo que fuera muy necesario.

Los medios electrónicos representan una gran ventaja en este escenario, aunque nadie supondrá que suplantan. Sólo compensan en parte la necesidad humana que tiene el humano de escuchar voces, mirar a los ojos, sentirse tocado por personas que lo quieren.

 

Registré las siguientes formas de apoyo, que presento un poco con la esperanza de que sirvan para quien tenga ganas de tirarle una onda a quien esté en la situación que estuve.

 

Apoyo emocional. “Ojalá te pongas bien. Todos acá, la Tere, Cachito, la tía Zoraida, te mandan muchos saludos y que te recuperes pronto".

Fue indispensable.

 

Cadenas de amigos que tiran una onda y cadenas de oración.

También me dio mucha confianza. Uno tiene la seguridad de que si algo mala pasara, se armaría una red para buscar una solución.

 

Pedido de información. Pedido de partes médicos, exigencia de detalles, demanda de precisión nombres de medicamentos, causas, pronóstico. Esto es de personas involucradas y responsables, que están diciendo "voy a evaluar y voy a consultar, y voy a hacer un seguimiento de cómo te están ateniendo".

 

Silencio. Para no molestar. Agradecí el silencio de los que no están cerca, necesité que algunos cercanos me hablaran.

 

Frases de fuerza motivacional tipo pasacalles, “¡vamos campeón!“, “¡Falta menos! ¡Vos podés!”, etc.

 

Algunos pedidos de informe exclusivo. "Te pregunté cómo estabas y me mandaste el informe público". Siempre hay celos. También links a lecturas, recomendación de películas, poemas, con reclamo de verlos. Difícil.

 

Instrucciones espiritualistas, en general orientalistas, basados en la energía. Por ejemplo, indicación de “visualizar” cosas del lenguaje interno de las disciplinas. Prometí que cuando superara todo trataría de aprender, pero sumergido en la fiebre, no era fácil.

 

Receptividad. Gente que escuchó lo que tenía para decir.

Personas que me hicieron lugar, intentaron comprenderme, le dieron dimensión a lo que me estaba sucediendo.

Personas que me contuvieron.

Escucharon lo que dije pero también escucharon el tono, y sobre todo lo que no dije pero quise decir.

Yo decía equivocado, no tenía la mente clara, pero no me contradijeron, ni me dijeron qué me pasaba, sino que recibieron lo que desesperadamente yo necesitaba que otro recibiera.

Se dieron cuenta de lo que me estaba pasando.

Estas personas son las que me salvaron.

En ellas uno pude volcar la angustia que tenía contenida en un embalse negro, que me estaba matando.

Y posiblemente esta sea la manera de poder tomar todo lo que me pasó con esta enfermedad, que enfrenta con cosas muy feas, y hacer con ello una nueva posición en la vida.

 

 

6. Nada más que la vida

Durante prácticamente toda su historia, la humanidad se preservó de tiranos que gobernaron sobre masas básicamente teniendo líderes guerreros, que demostraban su liderazgo encabezando las batallas. No había manera de que los guerreros sobrevivieran muchos años.

Tal vez esto sucedió generalizadamente, y quizás sigue sucediendo. Un chico de 15 años, cuyo padre hermanos y tíos entran y salen de la cárcel, arriesgan todo el tiempo la vida con la policía o con cualquier guardia de seguridad, o gente de otras bandas enemigas. Ese chico ya está jugado a la muerte. Puede ser en una familia de Brasil, en el ámbito de la droga en Rosario, México o de Cali.

Ni qué decir que chicos de 10 años ya están refregándose contra la muerte en cualquier guerra en África.

Esto nos causa horror, porque hemos desarrollado, superdesarrollado una ilusión bastante tonta de la vida. Muy funcional al capitalismo, a propósito.

La vida, como algo bueno en sí, como algo puro, como algo que debe ser preservado a cualquier costo.

Toda manera de hablar de frente el tema de morir resulta temerario, necio, negativo.

Es una especie de angelización. La misma actitud artificiosamente infantil con que se concibe a la naturaleza como una mascota —acariciemos a los leones porque son buenos, las especies se cuidan entre sí, dejemos al bebé junto al bullterrier.

 

La pandemia vino montada sobre la nave que nos conduce a pensar temas de fondo.

Los días de enfermedad ya pasaron, pero no.

No es “ya está, estás sano, ya está, episodio superado”.

Prefiero que no.

Prefiero saber qué pasó, no haber vivido el riesgo que viví en vano.

Es bueno aprender.

 

 

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