domingo, 23 de enero de 2022

Autopercibido pikachú



Hacía muchas horas que yo estaba todo entero metido en la red. 

Sólo me quedaba un pie fuera de la pantalla de la computadora, cuando mi amiga ángel de la guardia me mandó un mensaje “estoy abajo abrime”.

Conseguí extraer mi cuerpo con mucha dificultad, rescaté lo que pude de mi mente, que no era mucho, me vestí y salí a proponerle al ángel que fuéramos a la plaza.

Mi cuerpo, sensatamente, nos llevó a sentarnos en el pasto. Ella me preguntó qué estaba haciendo y entonces otra vez lo que quedaba de mis pensamientos se puso a trabajar, acelerándose, tratando de resolver los temas en los que había estado trabajando. Pensé que me desmayaría. Pero entonces ocurrió algo muy extraño, surgido de otra realidad: un ser se puso a lamerme una oreja de modo frenético.

Era un cachorro de perro, blanco y con un ojo negro. No lo había escuchado llegar y ahora estaba saludándome enloquecidamente, vaya a saber por qué, quizás porque cada humano que veía le causaba esas ganas irrefrenables de celebrar su existencia.

El tema es que me interrumpió por completo. Dejé de hablar y le devolví la fiesta. Me acosté sobre el pasto y con las manos le jugué a te agarro el hocico. Al rato me di cuenta de que mi amiga se había quedado esperando que yo terminara lo que estaba diciéndole, pero yo me había olvidado. Estaba absorto en el modo humano-más-perro, que no participa para nada del intelecto, ni siquiera le importa la palabra.

— Te gustaría tener un perro, ¿no? —me preguntó mi amiga, y le dije que sí. Le conté que me crié con la jauría de perros de mi abuelo en el campo. Él se iba a dormir la siesta y yo, que apenas estaba aprendiendo a caminar, me quedaba solo con todos sus perros.

De todos modos, no hace falta haber vivido con perros para entenderse con ellos. Salvo a quien no le gustan en absoluto, el entendimiento es automático, y en todo caso, no hay que hacer no nada porque el perro sabe crear la relación.

Al instante llegó otro perro y luego otro, y entonces otro más con un palo entre los dientes, que apoyó en el piso para mirarme ansioso, esperando que se lo arrojara lejos y así correr a atraparlo.



Mientras me relacionaba con los perros le conté a mi amiga que unos días atrás en un almuerzo, mi prima había contado que la última Marcha de la Diversidad vio algunas personas que se presentaban autopercibidas perros y otros, gatos.

Tras un primer momento de hilaridad general, vinieron los comentarios socarrones — “ya no saben qué pavada inventar”— e incluso indignados —“por qué no van a trabajar en vez de hacer esas pavadas”.

Pero mi prima le había hecho lugar al tema dentro de sí y nos invitó a que lo pensáramos con ella.

La marcha había sido originalmente del Orgullo Gay, luego comenzó aparecer la diversidad sexual, integrando a todos los colectivos de género condenados y marginados por no encuadrarse en los géneros mandados, y con los años se empezaron a sumar otros colectivos castigados por la misma razón, como migrantes, personas privadas de la libertad y pueblos originarios. 

El espectro que comenzó incluyendo a dos modos de la homosexualidad, se ha ido ampliando a una multiplicidad de géneros y orientaciones relacionadas con la identidad sexual, definidas por trascender los límites entre las categorías ordenadas varón/mujer. En esta proyección, pasar de las identidades sexuales a las identidades de especies animales es una operación lógicamente simple, y en la actual coyuntura social, propiciada por los cuestionamientos a todo lo que se considera maltrato a los animales sobre la base de la supremacía humana. 

Los maltratos incluyen desde la matanza, cuya resistencia militada son las distintas vertientes del vegetarianismo, hasta la venta de mascotas, pasando por el uso de animales para experimentos de investigación médica, el encierro y exhibición de animales en zoológicos, las corridas de toros, las carreras de galgos y de caballos, el adiestramiento para otros entretenimientos —circo, películas—, la mascotización de animales semi domésticos como las tortugas y algunos pájaros, etc.

Alguien dijo en el almuerzo que el hecho de que los humanos se arroguen derechos sobre los animales surge de la misma estructura autoritaria que fundamenta todo sometimiento, ilegal o legal, inclusive el sometimiento de la mujer y el sometimiento de quienes se afirman de un género diferente al determinado por la biología.

Mi hija, estudiante de la carrera de Letras, comentó que está en plena expansión un campo de la lingüística que investiga los lenguajes de algunas especies animales y otro que hace lo mismo con la comunicación inter especies.

Estamos, en fin, en una época que abre las puertas a saltar de una identidad humana a la de otra especie.


Hay elementos de la realidad del siglo XXI que anuncian aún otro paso más: el de concebir identidades no determinadas por la zoología. 

El mundo del anime, nutrido por la antigua fantasía del Extremo Oriente, no se constriñe a la “realidad”, y así está poblado de criaturas en que convergen la biología y otros órdenes. Algunos seres son combinaciones de personas con animales, otros son animales transformados, otros son puramente fantásticos.

Para los jóvenes, que son los dueños del mañana, puede no resultar tan extraño que una cantidad de chicos y chicas se autoperciban mezcla de humano con gato.


Lo que está en el fondo, entonces, es la liberación de las identidades —sexuales, de especie, de categorías de la realidad. 

La indignación que causó la enunciación del tema por parte de mi prima quizás fue provocada por el cuestionamiento a la realidad.




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