martes, 12 de julio de 2022

Películas, hijos y pretensiones

 Como me divierte John Cuzack, me puse a ver películas que hizo.

Vi Say Something, de 1989, catalogada como una película romántica y de adolescentes, y me llevé la sorpresa de que tiene profundidad sociológica, lo que la hace mucho más interesante.

Lo mismo me había pasado con The Breakfast Club, que es de 1985 y con Rumble Fish, de 1985, que también son catalogada en el videoclub universal como pelis de juventud.

Entonces recordé que la primera que me dio esa buena sorpresa fue Fiebre del sábado por la noche, que es de 1977. Fiebre del sábado por la noche es catalogada como musical. Todas son comedia, también.

Tal vez la última fue Chicas lindas, de 1996.

El chico pobre y la chica rica es un tema clásico de Hollywood, recogido de la literatura del siglo XIX, pero este fue un período en el que a historias aparentemente banales se les coló como polizón una dimensión social bastante crítica.

Resulta muy agradable la sensación de que hay algo más en las cosas, algo más profundo y rico.





Ayer le comentaba a mi hija Irina, que se dedica a las letras, que mi modo de leer es horrible para el mundo de la industria editorial, de la literatura, de la cultura, porque leo una frase, a lo sumo un párrafo, y eso me causa, bien aburrimiento y abandono, o bien tantos pensamientos, que tengo que dejar de leer, o incluso me lanza a escribir. Así es como tardo años en un leer un cuento de Pushkin de 16 páginas, ni digo una novela de Rodolfo Walsh.


Los primeros novios de Irina eran chicos de los mismos sectores del protagonista de Say Something, de todo el grupo de Fiebre del sábado por la noche y de algunos de The Breakfast Club y de Chicas lindas, que en las películas están presentados como condenados a quedarse estancados en la escala social.

Mis padres ascendieron en la escala social respecto de mis abuelos, yo ascendí respecto de ellos, pero mis hijos no tienen la ambición de sobrepasarme.

Hay un detalle: mis abuelos y mis padres deseaban sin contradicciones y con intensidad que sus hijos progresaran y los superaran, pero yo y la madre de mis hijos (que pertenecemos a la época de esas películas) cuestionamos fuertemente ese mandato. Nosotros nos debatimos en ese mandato, tironeados entre el deseo de nuestros mayores de cumplirlo y nuestra afirmación propia discutiéndolo, y así liberamos a nuestros hijos de la obligación de progresar.

En todas aquellas películas aparece el tema de “quién vas a ser en la vida”, “hasta dónde querés llegar”.

En “Say Something” el papá de la chica quiere saber cuáles son las aspiraciones del chico con el que está saliendo su hija. Quiere lo mejor para ella, está plenamente feliz porque ella se ganó una beca importante para estudiar en universidad prestigiosa y ve que el chico, que viene de una familia que no tiene pretensiones de progresar, no sabe qué hacer de su vida. El chico no es una buena partida.

A los 60, estoy entre querer que mis hijos se casen con personas que tengan una ambición categórica y una determinación indeclinable para cumplir sus objetivos, y a la vez siento un orgullo que nada puede eclipsar porque hacen de su vida el mar en el que quieren nadar.



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