A fines de abril en el Whitney Museum de Nueva York se
hizo la fiesta de cierre de la muestra “No existe un mundo poshuracán”, sobre
Puerto Rico. Tanto a la fiesta como la muestra eran una expresión de lo enorme
que es el trabajo que deben llevar adelante los puertorriqueños para mantener
su orgullo y no caer en el abatimiento. “Viva Puerto Rico libre”, decía una
conductora, y algunas personas respondían “viva” con apagado eco.
En el octavo piso del Whitney Museum, al salir del ascensor,
había un grupo de policías pertrechados como robots o astronautas de negro, que
exhibían en sus pechos pantallas en las que hablaban personas compungidas.
Esta es el “Proyecto para un nuevo siglo americano”, de
Josh Kline, que crea instalaciones inmersivas. Los policías tenían caretas de
Teletubbies. Las caras de las personas en las pantallas eran demasiado humanas,
de una humanidad que se iba descomponiendo. Kline hace videos alterados con
software falso para pensar en el significado de la verdad en una época en la
que todo es mentira.
En una sala los autos, las casas, los lugares de trabajo han
devenido carpas. La realidad es espantosamente transitoria. Estados Unidos se
ha transformado, como decía Héctor Murena de Argentina, en un campamento. Es lo
que queda después de un desastre. Gummo. Los habitantes de las carpas eran
mayormente inmigrantes. No había quedado nada del país anglosajón. Sólo
existían refugios transitorios.
En otra sala, sobre mesas y sobre bandejas había trozos de
cuerpos humanos —estos sí blancos—, mezclados con otros restos, de comida
chatarra y demás subproductos del exceso de consumismo. Cada pieza de la
instalación era una naturaleza muerta.
En otra, los blancos, aquí de cuerpo entero, estaban
durmiendo acurrucados sobre el piso, dispersos en todo el espacio, entre
carritos de supermercados y otros objetos de la vida cotidiana de la clase
media. Cada cuerpo estaba empaquetado en papel celofán. Se siente el mensaje:
“creemos que somos dueños de los productos, pero las empresas que nos los
cobran son dueños de nosotros”. Las posiciones de las personas remitían
directamente a Pompeya; a los cuerpos que quedaron hechos de piedra de lava,
después de la explosión del Edna.
Un desastre ha sucedido. Nada ha quedado en pie. Se
explicitan el cambio climático, la automatización, el debilitamiento de la
democracia, pero se sienten como causas un poco vacías. La policía, los
emigrantes, el consumismo se le meter al público de modo subliminal, llevan la
muestra más allá de los reclamos cliché de las protestas del progresismo.
En el Whitney Museum tomado por una brisa del apocalipsis, hay
una colección de obras de Edgar Hooper, que es un pintor por quien el misterio
se mete en el mundo. Pinta lo que queda a contraluz de modo brutal para revelarlo
iluminado por una luminosidad imposible. Exhibiendo la fluorescencia de lo que
debe ser oscuro, no hace más que sumirnos en un misterio mayor. El misterio es
inabordable cuando lo que debe estar velado por la negrura queda a la luz, y
aún así no sabemos qué es. Aún así, algo hay allí dentro que no podemos
descubrir. Un mismo rayo de lo desconocido atravesó a Hopper y a De Chirico. Es
el misterio que da vida al mundo que no está vivo ni muerto, que está soñado,
en otro tiempo.
El misterio hace de la realidad otra cosa. Esta realidad ya no
existe, igual que la realidad de la ciudad hecha de carpas y de los cuerpos de
nuestros tíos tirados en el suelo como homeless envueltos en bolsas
transparentes.
La exhibición de protesta puertorriqueña “No existe un
mundo poshuracán: el arte puertorriqueño tras el paso del huracán María” busca
expresar el mensaje demoledor que se huele en el museo Whitney de este momento
al estilo caribeño, de modo estridente pero cansino por soportar la sumisión colonial.
La muestra se montó en el quinto aniversario del huracán
María, que azotó a Puerto Rico el 20 de septiembre de 2017, recogiendo obras de
los últimos cinco años por un grupo intergeneracional que tratan sobre medidas
de austeridad implementadas por una ley, la muerte de 4.645 puertorriqueños
como consecuencia del huracán, las protestas del Verano del 19, la pandemia de
COVID-19.
Hay un malestar por la opresión imperial que no es explosiva
y está dispersa en un gran espacio que no pretende llenar, como si lo que
realmente fuera Puerto Rico es el vacío.
Después del huracán de la dominación queda una serie de
banderas nacionales en blanco y negro, un poste de la luz cayendo, un panel de
carteles de causas no fáciles de comprender. Sobre un banco hay para leer dos
ejemplares del libro “While They Sleep / Under the Bad is Another Country”, en
el qué Raquel Salas Rivera expone crudamente la imposibilidad de traducción de
los portorriqueños y norteamericanos en frases en espejo: “that depends on how
loud you laugh?” / “no puedo llorar”; “citizenship as a prerequisite for
empathy” / “como un hambre vieja”.
Se suma a las muestras de crítica cultural la exhibición “Mapa
de memoria”, de Jaune Quick-to-See Smith, nacida en la Reserva India Confederada
de la Nación Salish y Kootenai, en el estado de Montana, en el noroeste de
Estados Unidos. Se trata de la primera retrospectiva de la autora en Nueva York.
Reúne casi cinco décadas de dibujos, grabados, pinturas y esculturas en la
muestra más completa de la carrera de Smith, una mujer de 83 años.
Las obras oscilan entre la afirmación étnica, de plumas,
caballos, desierto, signos ancestrales, y el impulso de superar el peligro de quedar
preso de ser indio.
Siempre la reivindicación de la identidad de las sociedades
precolombinas es una protesta contra la opresión; la colección del Whitney
Museum demuestra que la temática es la base, no el objetivo y sí es el terreno
para un despliegue estético.
La artista digiere el arte abstracto, el arte pop, el
neoexpresionismo con las enzimas de su cultura originaria. Dice que el trabajo
de su vida consiste en examinar la vida contemporánea en Estados Unidos e
interpretarla a través de la ideología nativa.
Es a través de la belleza que las obras expuestas resultan una experiencia violenta, noble, gallarda, extrema, sanguínea, combativa y sabia.
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