Los exploradores suelen ofrecer imágenes íntegras. Buscan crear con los datos que han descubierto, un sistema.
Generar una coherencia, algo que explique lo que han hallado como partes de un todo.
Han necesitado esa coherencia para buscar y encontrar y luego la necesitan para hacer inteligible la realidad de la que deben dar cuenta.
El explorador Benjamin Morrell fue contratado para descubrir una determinada isla. Navegó mucho buscándola, finalmente la encontró. Exploró una parte de sus costas pero no la circunvaló, se contentó con suponer que era una isla porque no vio otra tierra detrás. Se metió en el interior, anduvo por una planicie bastante desierta, vio un par de animales y vio montañas. Los animales le parecieron presas y entonces supuso que debía haber predadores en las montañas. Supuso que los predadores eran felinos y supuso que su color se parecía al que veía en las montañas, porque sería adecuado para que se camuflaran. Como no vio huellas humanas, supuso que la isla era desierta.
Al presentar el informe, eliminó la consideración de “suponer”, agregó otras suposiciones que completaban la imagen de la isla y habló de todo con certeza para que su trabajo que satisficiera a quienes le pagaron, y así volvería ser contratado para otra exploración.
Ahora bien, tal vez Benjamin Morell fue un bribón, pero la Ciencia no opera de una forma muy diferente. Todo conocimiento está conformado por las conexiones que suponemos, inventamos, intuimos, fantaseamos, imaginamos a partir de los datos que tenemos. Borges aprendió el idioma italiano con un ejemplar de La divina comedia. Tomaba un párrafo, distinguía algunas las palabras y suponía relaciones entre ellas, suposición que iba ajustando a medida que la coherencia crecía e iba revelando el significado de palabras desconocidas. “Si esta palabra significara … sí, es obvio que significa eso, entonces esta otra palabra significa…”.
Creemos que no le costó mucho Borges aprender el italiano y sobre todo comprendemos cuánto el desafío movilizó su sagacidad. Es la misma sagacidad que tiene un analfabeto para moverse en un mundo de lectura, y la misma que debe tener quien quiere entender las reglas de un juego que no conoce. Es la sagacidad que compensa el desconocimiento echando mando a otros recursos.
Quien conoce el código, se mueve más rápido y más eficazmente, y quien no lo conoce recurre a su capacidad para suponer, memorizar, agudizar la percepción. El neurólogo Miguel Benasayag cuenta el experimento de los taxistas: los del grupo de Londres, con GPS, llegaban al principio más rápido que los de París, que no tenían GPS, pero con el tiempo los de París tardaron lo mismo que los de Londres, mientras los de Londres perdieron la capacidad de llegar sin GPS.
El conocimiento cierto permitió crear la cultura de toda la humanidad, pero también la ha encerrado y le ha impedido otras maneras de percibir y comprender.
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