lunes, 23 de agosto de 2010

El amigo

Lo que sigue es un fragmento de Estorvo, de Chico Buarque.


Amigos de verdad sólo recuerdo a uno. Era algunos años más grande que yo y decía que yo tenía futuro. Vivía leyendo los diarios, las revistas especializadas, y después me decía que era todo mentira. Recibía correspondencia del extranjero, escuchaba los clásicos, iba a publicar en breve un tratado polémico sobre no sé qué asunto. Inventó y me quería enseñar una lengua llamada desesperanto, habiendo organizado una gramática y un vasto vocabulario. Se dedicó un tiempo a la escultura comestible; levantó en el departamento una ciudad entera de mazapán, pero nunca llegó a exponerla. También era dado a premoniciones; hacía ciertas previsiones de las que él mismo se asustaba y enmudecía una semana. Y parece ser que tenía en su pasado una historia conocida y admirada por la gente de su generación. Nunca me habló de esas historias, y por eso yo lo admiraba aún más. En el bar, cuando bebía más de la cuenta, o cuando llegaba con el pensamiento ya cargado de estimulantes, recitaba poemas. Había algunas noches, especialmente la noche del sábado, cuando el lugar se llenaba, en que él dejaba que un velo negro cayera sobre su cabeza y cavilando comenzaba a declamar en francés. Yo no sabía qué hacer, porque él declamaba muy alto, y mirándome, y las demás personas que estaban en la mesa no entendían los versos. En cuanto a mí, él sentía que yo comprendía el sentido. El resultado era que quedábamos solos en la mesa, porque las pocas personas que soportan la poesía, no soportan el francés.
No sé qué pensaban esas personas de mí, de mi amigo, de nuestra amistad. Sin embargo, cuando él estaba lúcido y decía cosas que para mí eran revelaciones, los demás apenas podían escucharlo y lo veían borrosamente. Era como si estuvieran separados de él no por una mesa, sino por capas de tiempo. A veces yo descubría que él incluso prefería decir cosas que los demás no pudieran comprender sino hasta años después. Las palabras que buscaba, las pausas, y sobre todo el tono de su voz, tan grave, me hacían creer que él era de esas pocas personas que pueden pensar y hablar con el tiempo en su interior.

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