martes, 6 de septiembre de 2011

Punta Ninfas / artículo periodístico


Renata, la chica italiana, alta y distinguida, tomó un libro de la biblioteca y se ha sentado a leer junto al fuego. El libro cuenta la vida de las ballenas francas australes, que Renata ha visto en la mañana. Con sus compañeras de viaje, frente a un paisaje tan grande que se sentían ante el infinito, vieron a las ballenas entrando al Golfo Nuevo. Algunas pasaban a unos metros. Estaban en Punta Ninfas, en la boca del golfo. Más allá del agua estaba el otro marco que lo cierra, la Punta Cormoranes de la península de Valdés.
El asombro es interminable cuando se observa las ballenas. Se ve una, al rato otra, otra con la cría, y se quieren ver más. Se sienten ansias porque aparezca otra. Algunas lanzan la nube de vapor de la respiración, otras se elevan casi verticales en un salto, para caer pesadamente, otras asoman su graciosa cola negra. Se empieza a entender que están retozando, comiendo, chocando unas con otras, acariciándose. Al rato de contemplarlas como fenómenos de otra realidad, va abriéndose paso la conciencia de que esos seres colosales son milagros del mismo mundo en que vivimos. Compartimos con ellas este planeta, nuestro único hogar.
Esto es lo que pensaba Renata mientras hojeaba el libro dentro de la estancia El Pedral, una esbelta casa blanca con los techos rojos, acompañada por árboles verdes, cerca del mar. En su interior los muebles de época, las viejas fotos, los antiguos objetos y el suave crepitar de la leña quemándose en el hogar creaban una cálida armonía. La soledad es hermosa allí dentro; afuera reinan la fuerza de la nada en el desierto, la fuerza incesante que mueve el mar y la fuerza que alimenta el viento eterno.
No dan ganas de salir de esa casa, pero en la Patagonia, andando siempre se encuentra algo asombroso. Si una cosa han hecho los humanos en estas planicies remotas, desde los tehuelches a las chicas italianas, es deambular, explorar y descubrir.
Pocos se han metido en tantos rincones de Punta Ninfas como Wendt von Thüngen, uno de los encargados de El Pedral. Como si hubiera nacido allí, conoce cada playa, cada cañadón, cada bahía, cada acantilado. Y le encanta mostrarle a los visitantes sus hallazgos, como la colonia de elefantes marinos en una playa al pie de acantilados de 50 metros de alto. Los machos llegan cada septiembre. La zona es el único apostadero continental de elefantes marinos. Se ha estimado que llegan unos 20.000 individuos. En Punta Ninfas Renata y sus amigas se han acercado a un grupo de esas descomunales criaturas del tamaño de un automóvil, belicosas rocas vivientes con una trompa que sacuden amenazando al mundo entero. Una hembra habrá levantado la cabeza para mirar con sus gigantescos ojos acuosos de extraterrestre melancólico, a las misteriosas visitantes. Nunca vio seres similares cuando bucea durante horas en las profundidades donde la luz no llega.
Desde las costas se aparecerán lobos marinos, quizás las aletas negras de dos orcas marchando indefectibles dentro del mar. El guía mostrará feliz una nueva colonia de pingüinos. Contará que empezó hace tres años, cuando llegaron unas pocas parejas de jóvenes pioneros y al año siguiente ya había 84 nidos.
Caminando, a caballo o en mountain bike se puede andar por estos lugares, y es posible llegar al Cañadón de los Fósiles, un yacimiento de animales de hace millones de años, o al pedral, un extraño amontonamiento gigante de piedras de canto rodado junto al océano. Allí las chicas italianas habrían de perder la respiración al ver a las ballenas pasar tan cerca que pudieron mirar sus ojos, y descubrir que las ballenas también las observaban a ellas. Agosto y septiembre son los meses movidos, época de apareamiento y de nacimientos de las crías.

Puede explorarse Punta Ninfas pasando unos días en la El Pedral Lodge, la casa del estilo normando y los techos rojos. En la casa principal, donde se sirve el desayuno y las comidas, hay salas de estar, comedor, cocina y una torre ideal para aislarse del mundo contemplando el paisaje. En dos anexos están las habitaciones y en el quincho hay una sala de juegos con una mesa de snooker, y un comedor para servir los corderos patagónicos asados.
También puede conocerse el lugar en una excursión desde Puerto Madryn, a unos 90 kilómetros. El "Safari al Pedral" ofrece vistas panorámicas del océano atlántico e informa cómo funciona una estancia dedicada a la producción de lana. Comienza con una visita a los corrales de ovejas y va hacia los altos acantilados que caen abruptamente en el mar. Además de ballenas, pingüinos y demás animales marinos, recorre la estepa, en donde se ven guanacos, ñandúes, zorros y sobre todo, el vacío gigantesco que habita el sur del continente. El programa cuesta unos 100 dólares por persona, incluyendo traslados, guía y almuerzo.

Si el plan es disfrutar de unos días en El Pedral, se pueden hacer visitas a los lugares de alrededor. La ciudad de Puerto Madryn ofrece el tradicional Museo Oceanográfico y de Ciencias Naturales y el moderno Ecocentro, el kitesurf en la playa y el buceo en el mar. En Gaiman se podrá ser feliz en una casa de té que brindará la variedad legendaria de las tortas que los galeses hicieron durante siglos. En Punta Tombo, pedregosa franja de playas que penetra en el mar, se asistirá al espectáculo fascinante de un mundo de pingüinos (es la mayor colonia de pingüinos de Magallanes del planeta). Desde Puerto Pirámides, la villa balnearia de la Península de Valdés, se podrá embarcar para estar con las ballenas dentro del Golfo Nuevo. En la ciudad de Trelew se puede visitar el Museo Paleontológico Egido Feruglio, que exhibe los dinosaurios que habitaron hace más de 65 millones de años estas tierras, cuando eran unas selvas blandas y húmedas de savia e insectos gigantes.

De regreso de estos paseos, ya de noche, mientras las estrellas han estallado en el cielo patagónico, tal vez el viento amaine para que Renata, la chica italiana, escuche desde la placidez de la cama caliente, el extraño canto de las ballenas. Seguramente se están hablando entre ellas, pero quizás alguna le esté hablando al faro, el faro que es negro y amarillo de día y ahora es una sombra recortada en la Vía Láctea. “O quizás, piensa Renata, la ballena me está cantando a mí. ¿Por qué no?” Por qué no.


Publicado en el Suplemento Viajes, diario Clarín, domingo 4 de septiembre de 2011



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