martes, 27 de septiembre de 2011

Una pizca de destino


Alrededor de la durísima palabra destino hay una serie de coadyuvantes: fatalidad, forzoso, ineludible, insanable, irremediable, inevitable, indeclinable, indefectible, obligado, infalible, irrevocable, inapelable, ineluctable, necesario, insalvable.

La idea del destino se nos hace absurda. Quizás la investimos de absurdo, un tipo de absurdo que nos ofusca y provoca, y enfurece, porque atenta contra nuestra idea de libertad.
Esta contienda ha sido largamente discutida cuando el escenario era la Voluntad de Dios y el Libre Albedrío con el planteo: si todo lo que sucede en el Universo es obra de Dios Todopoderoso, ¿qué es eso de la libertad que otorga al hombre, de matar o amar, etc.?

Para muchas sociedades, el destino ha sido fantásticamente liberador: nada tengo que decidir, dado que todo ya está decidido.

Sin destino, se hace camino al andar. Cuando el destino existe, entonces cada uno de nosotros, todo el Universo, es su carnadura esclava, que no tiene otra razón de ser que servirle de soporte.

Los viajes en el tiempo son otro escenario para discutir el tema: no podría existir la realidad si un factor de un momento pudiera viajar al pasado y alterar las cosas, dado que en última instancia podría eliminarse, y entonces estaríamos ante un ser y un no ser.

Podría haber un destino que fuera como una partitura musical, que prevé todo lo que sucederá, pero deja lugar a diferentes maneras de ejecutarlo.
Algo así como si nos dijeran: el destino de ustedes es la vida hasta la muerte. La manera en que ejecuten esa partitura queda en sus manos.
Buen provecho.


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