Hace unos meses asesinaron a mi cuñado en Tucumán. Pese a
las advertencias del fiscal de que habrían mediado torturas y la rotunda y
fundamentada afirmación de la prensa de que fue un crimen, el Poder Judicial
rápidamente caratuló el caso como suicidio y lo cerró.
Las organizaciones de derechos humanos con la que los
parientes de mi cuñado se contactaron explicaron que no tienen fuerza para
llevar el caso adelante.
No sorprende, en una provincia cuya población votó todo lo
que pudo al militar Bussi, luego de que la hubiera gobernado de facto y cuyos
crímenes durante la Dictadura fueron bestiales y masivos. Mandaba torturar y a
veces se zampaba el placer de rematar a un secuestrado con su pistola.
Si se le ha concedido impunidad absoluta, más aún, el poder
de la gobernación y del legislador a ese asesino, ¿cómo sorprenderse de que en
esa provincia tengan impunidad las bandas que hacen negocio con la
prostitución?
Y ¿cómo sorprenderse de que exista esa provincia en un país
en el que cientos de hienas inmundas que se dedicaron a torturar indefensos
hasta matarlos siguen libres?
Luego, esos desperdicios humanos se ríen y se babean cada
noche mirando en la televisión, la exhibición de mercadería humana: chicas
semidesnudas bailando con un caño y otros números prostibularios.
¿Cómo sorprenderse de que los prostíbulos tengan clientes,
si esos programas que incitan al consumo de carne de mujer tienen una
aprobación altísima de los televidentes, tanta como la tuvo Bussi gobernador,
Bussi diputado y antes aún, Bussi militar asesino?