No fue una noche, fueron años de noches en que Nigel Kennedy
no recordaba las circunstancias en que se había quedado dormido. Descendiente
de músicos de raza, niño prodigio protegido de Yehudi Menuhin, luego llevado
por Dorothy DeLay en la Juilliard School de Nueva York, siempre caminó por el
lado oscuro. Mandó todo al carajo un día, y cuando volvió a la industria
sinfónica, se negó a deshacerse de sus años de croto. Tocaba Hendrix y The Who,
y buscó autores extremos entre los clásicos. Encontró a Sibelius, a quien
entendía como borracho, y a Tchaikovsky, de quien respetaba mucho su
homosexualidad. Aquí se puede apreciar todo lo que un violinista punk le puede
sacar a Tchaikovsky y entender cuánto ha de descansar en paz el alma de
Tchaikovsky al oír que alguien acepta todos los costados de sí mismo que puso
en su música.
Las tres primeras pistas son de un concierto de Tchaikovsky
y las demás del finlandés Johan Sibelius.
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