¿Cuántas veces he visto
la Solaris de Tarkovsky? Y apenas la
termino sé que en un tiempo volveré a la carga, porque hay tanto allí a lo que
necesito regresar, tantas puertas que no llegué a abrir.
Solaris es parte de una lista. El conjunto son los clásicos, que por definición
son eternos, pero en la realidad no lo son. Cada época tiene sus clásicos y
cada clásico tiene una duración, aunque pueda reaparecer.
Eso me horroriza.
Hay tanta sustancia en Solaris, tanta
concentración de humano, que me horroriza pensar que sea eliminada.
Acabo de ver El espejo, también de Tarkovsky.
Me quedo temblando
con este poema del padre del director, Arseny, que el hijo incluyó en la
película.
Todo, el poema, El espejo, la decisión de incluirla,
hace algo tan sustancioso que es un misterio.
Los primeros encuentros
Cada instante de
nuestros encuentros
celebramos, como una
presencia divina,
solos en todo el mundo.
Entrabas
más audaz y liviana que
el ala de un ave;
por la escalera, como un
delirio,
saltabas de a dos los
escalones, y corrías
a través de las húmedas
lilas, llevándome lejos,
a tus dominios, al otro
lado del espejo.
Cuando llegó la noche,
recibí la gracia,
las puertas del altar se
abrieron,
y brilló en la
oscuridad, en el espacio
la desnudez, y se
inclinó lentamente,
y despertando,
pronuncié: "'¡Benditas seas!",
y enseguida percibí la
insolencia
de esta bendición.
Dormías,
y para pintar tus
párpados de aquel azul eterno
las lilas se inclinaron
hacia ti desde la mesa.
Tus párpados azules
ahora estaban
serenos, y tibias tus
manos.
En el cristal se
percibía el pulso de los ríos,
el humo de los cerros,
el resplandor del mar,
y una esfera en la palma
de la mano sostenías,
de cristal, y dormías en
el trono,
y ¡oh Dios Santo! eras
mía solamente.
Al despertarte, había
transformado
el común lenguaje
cotidiano
y con renovada fuerza se
colmó la garganta
de vocablos sonoros, y
la palabra "tú", tan liviana,
quería decir
"rey" ahora, revelando su nuevo significado.
De pronto, en el mundo
todo ha cambiado,
hasta las cosas simples,
como la jarra, la palangana,
cuando se erguía en
medio de nosotros, cuidándonos,
el agua, dura y
laminada.
Fuimos llevados hacia el
más allá,
y se abrían ante
nosotros, como por encanto,
las ciudades milagrosas,
y nos invitaban a pasar,
la menta se extendía
bajo nuestros pies,
las aves seguían nuestro
camino,
los peces remontaban
nuevos ríos,
y el cielo se abrió ante
nuestros ojos...
Mientras seguía nuestras
huellas el destino,
como el loco, armado de
una navaja.
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