En una charla por
teléfono:
— ¿Sabés qué sentí?
Sentí que te irías de Brasil… ¿Cuándo te vas?
— El jueves.
— Eso. Sentí que te
irías de Brasil y hasta entonces ya nunca más levantarías el teléfono para
llamarme. Me pareció un poco… irreal, ¿a vos no?
— Sí.
— Porque estamos…
estuvimos… tan involucrados, pasamos tanto tiempo juntos, cuidaste a mi hijo...
Incluso dentro de mí está intacta la expectativa de que hagamos una pareja, de
que seamos nosotros. Y hacés este silencio, como si te escaparas.
— Sí, y a la vez
tengo necesidad de estar con vos.
— Lo sé, por eso
esto me parece irreal.
— ¿Y qué vamos a
hacer?
— No sé, por Dios,
no sé.
…
— ¿No te podrías
quedar?
— Ya hablamos tanto
de esto, Daniela.
— Sí, lo sé. Pensé
que podríamos volver a pensarlo.
— Quizás regrese.
— Seríamos felices.
— Sí. Pero debo
irme.
— Te quiero tanto.
Bello y agridulce escenario de partidas y encuentros. Gracias Gustavo!
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