Uno de nosotros tenía un proyecto desde hacía varios años.
Avanzaba de a poco, pero era lo que más quería para su vida, pero entonces vino la pandemia.
Se amargó porque su proyecto quedó suspendido, pero se consoló pensando que la pandemia no duraría para siempre. El proyecto le saldría más caro, y las cosas ya no serían igual que antes, pero su anhelo era a largo plazo, y aunque le saliera más caro, lo mismo lo haría.
La pandemia se extendió. Y con los meses, encerrado, ese de nosotros se hartó.
A veces se sentía ante un abismo.
El abismo era la sensación: “esto no acabará nunca”, y entonces, no podría realizar su proyecto.
Un día se contagió la peste.
Igual que con la pandemia, tuvo paciencia: un día sanaría.
Pero empeoró.
Y cuando empeoró más, tuvieron que llevarlo al hospital.
Allí, cada día la enfermedad se le agravó. Le indujeron el coma farmacológico para entubarlo. Y entonces se le complicó el funcionamiento de los riñones, luego el funcionamiento del corazón, y cuando todos empezamos a preocuparnos de verdad, él murió.
Desde esa época, cuando me llega la hora de dormir me inquieto como el tigre que estaba en la jaula en el zoológico.
Siento que no puedo irme a dormir así, sin haber terminado lo que estaba haciendo.
No.
Siempre siento que me faltó mucho por hacer.
Entonces duermo tenso como un nudo en una soga de la que se tira de las dos puntas despiadadamente.
Alguien tira de una punta para que yo me quede, otro tira para llevarme con aquel de nosotros.
Y aunque sintamos que nos tiran de una punta, la bendicion es seguir sintiendo, qie no nos vamos a ningun lado y la energia amasada en cofradía seguirá aqui, con mucha fuerza🙏
ResponderEliminarMe gusta pertenecer a tu tribu.
EliminarElena Faivovich
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