lunes, 19 de septiembre de 2022

Entre el pragmatismo y la ocurrencia

No puedo asegurar que la historia con la que arrancaré esta nota sea verdad, porque me la contó mi madre, que siempre exageraba para hacerme quedar como encantador, y ahora está muerta.

Contaba mi querida madre que falté varios días al jardín de infantes porque no quería levantarme a la mañana, y cuando la maestra me preguntó por qué no había ido,“le explicaste que tu papá era chino y que te llevó a pescar. Le dijiste a la maestra que para los chinos es mejor enseñarle a los niños a pescar que llevarlos al jardín de infantes. La maestra se lo creyó, me lo dijo a mí, y cuando yo le conté a tu padre, él te quería matar”.

Eso sucedió, si sucedió realmente, hace 55 años. El año pasado le pregunté a mi padre por una de sus empleadas.

— ¿Cómo está con el tema de su marido?

— ¿Qué? ¿Por qué el marido? ¿Qué pasa con el marido?

— El año pasado me dijiste  que lo metieron preso, que ella quedó a cargo de los dos chicos sola.

— ¡¿Qué?!... ¡¡¡Qué!!! —me gritó—  ¡¡¡¿¿¿De dónde sacaste eso???!!

— Me contaste vos.

— ¿¿Yo?? ¿¿Cuándo te conté eso?? ¡¡No es verdad!! ¡Ella vive con su marido, son un matrimonio normal! ¿Cómo…? ¿De dónde sacaste que está preso? 

Yo me quedé en silencio, deseando que me tragara la tierra, porque mi padre estaba colorado e hinchado de la furia.

Se quedó mirándome fijo con una mirada de asesino.

Al final dijo:

— No le habrás dicho nada a ella, ¡¿no?!

Le juré y perjuré que no. Se lo creyó un poco, pero todo el día se quedó con la indignación de que yo soy un mentiroso desatado, y de que, completamente impune, soy peligroso. 

La verdad es que en el fondo creo que mi compromiso es con las historias, antes que con la realidad.

(Por las dudas, no intentaré explicarle esa disquisición ética a mi padre).


La brecha que hay entre mi padre y yo, él del lado de la realidad y yo del lado de la fantasía, no sólo se explica por las épocas a las que pertenecemos y a las diferencias de carácter, sino a que él es chino y yo soy latino.

Existe la idea de que los chinos conservan el pasado y los latinos lo dejamos atrás fácilmente. China tiene como 5000 años de historia y nuestros países apenas 200.

Cuando los latinos nos enfrentamos a un problema, olvidamos que lo tuvimos antes e inventamos una nueva solución.

Inventamos algo nuevo porque olvidamos, pero también porque somos profusos, exuberantes, pródigos, nuestra intensidad se juega en el presente y nos entregamos a la vida de modo desbordado.

Así, cada vez que se presenta el mismo problema, inventamos una nueva solución.

No todas las innovaciones proceden de la misma forma.

No estoy tratando de plantear una dicotomía latinos-innovadores, chinos-conservadores. Los chinos son tan conservadores como innovadores. Ante un nuevo problema, inventan la solución adecuada, que suele ser singular. Esto es lo que quería decir Deng Xiaoping cuando explicaba que se avanza por un río sintiendo con el pie las piedras. Pero en su extremo pragmatismo, jamás van a inventar una solución para un problema que ya resolvieron con una solución, o sea, que ya saben resolver. Inventar una solución alternativa les parece ridículo, un desperdicio de energía y de tiempo completamente inaceptable.

El procedimiento chino de innovación es el de la pintura clásica. Se toma un cuadro que pintó alguien, un cuadro exquisito, y se lo copia. Se lo copia y vuelve a copiar una y otra vez. Cien veces, mil veces. Siempre la misma solución —que fue tomada de otro. En el proceso de repetición es cuando aparecen sutilmente, inadvertidamente, los rasgos personales. Acumulados en el desarrollo sinfín, se transforman en una innovación.

Es un proceso que no tiene nada que ver con nuestra ocurrencia latina, con la destreza superlativa de atar con alambre cualquier cosa para que siga funcionando. 

A mí me encanta identificar los componentes de los signos chinos y comprender que el significado del signo es resultado de la combinación de los componentes (“gallo”, por ejemplo, combina “ave” con “mano”. ¿Eso quiere decir que el gallo es un ave con manos? No. Pero el gallo sí es el ave que se tiene a mano. Todas las demás aves no se pueden agarrar, pero se va hasta el gallinero y se atrapa al gallo para comérselo, y se lo atrapa con una mano del cogote. Entonces es “ave que se manotea”). Pero cuando les cuento a los chinos mis elucubraciones, se enojan, casi tanto con mi padre con la cuestión del marido de la empleada (el pobre tipo que les conté que está preso.

— ¡No inventes!

— ¡Para qué inventas?

— ¡Tienes que aprender, no andar teniendo ideas!

Me reprueban los chinos todos, no sólo mi padre.

No les gusta para nada la imprudencia latina, su excentricidad, su salirse del camino, su  malgastar lo que se tiene, que se considera siempre y todo indispensable.

Los latinos, en cambio, nos movemos como un pez en el agua del derroche, la demasía. Derramamos mares de sangre, nos dejamos desbordar por los sentimientos, comemos hasta reventar, bailamos como si no tuviéramos problemas, nos morimos de hambre en territorios que podrían alimentar cien veces más personas que las que somos.

Pareciera que estoy dándole la razón a los chinos con su economía y condenando a los latinos, un poco tropicalizados, por su barbaridad.

No es el mensaje que quiero dejar.. Está muy bien el modo pragmático chino. Es su modo. Pero no debería condenar el modo latino, que también está muy bien, porque está bien su creatividad, su frescura, dramatismo y sobrevitalidad. Se nos mueren muchos de hambre, pero después de todo, para qué son tan pragmáticos los chinos sino para obtener como resultado disfrutar, que es lo que los latinos hacemos directamente.




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