lunes, 15 de mayo de 2023

La peluquería

Mi madre y John Lennon nacieron en el mismo mes. No es que no tuvieran algunos puntos de contacto generacional, pero él estaba en cierta vanguardia mundial y ella era hija de una familia pobre en una ciudad del interior de Argentina, un país muy remoto.

A mi padre nunca le gustó John Lennon, y sigue enfureciéndose contra las drogas y la informalidad en general. Le gustan Alberto Fernández y Mauricio Macri, en el fondo porque están "bien arreglados".

Cuando yo tenía cuatro años, mi padre tenía 31 y John Lennon y mi madre, 25. Mi padre sentía que era una tarea muy de padre llevarme a que me cortaran el pelo.

Hace unos días fui a visitarlo al país donde vive, Estados Unidos, en plan “mi padre está grande, tengo que visitarlo”.

Recordamos aquellas primeras veces en que me llevaba a una peluquería. Era una peluquería de tres peluqueros viejos, pelados, y todos los muebles, las tijeras, las navajas, los fuentones, los escobillones, el piso, el decorado del techo, eran muy viejos. Todo estaba muy limpio. Todo estaba lustrado y brillaba como las cabezas de los peluqueros.

Incluso en la charla de los otros días, mi padre dijo:

Era todo viejo.

Por algún motivo, no sentí confianza con él para decirle que yo no quería que me cortaran el pelo.

Yo comprendía que mi resistencia se debía a que iban a cortar lo que surgía de mí. Lo que crecía de mí, lo que mi yo producía.

Mi pelo surgía totalmente de mí, o sea, era algo que yo no hacía porque me mandaban, sino que surgía de mi interior, era lo más propio de mí.

Mi padre llevaba me llevaba a que me castraran. Alegremente, orgullosamente, mi propio padre me entregaba a un viejo para que me mutilara y anulara lo que de mí había en mí.

En aquel momento yo ya comprendía esta clave de la relación con mi padre, que sigue completamente vigente, que a la vez genera y mantiene trabada nuestra relación.

 

 


 

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