lunes, 29 de julio de 2024

Ahora bien, el prodigioso encuentro de Lacan y Cheng

Es la última novela de Camilo Sánchez, autor de La viuda de los Van Gogh, La Feliz y Del viento en la ventana.

Buenos Aires, capital de Argentina, se labró a sí misma como un nodo mundial del psicoanálisis llegado de Europa. Con la misma hospitalidad, se ha convertido en el escenario de la mayor fiesta de Año Nuevo Chino en América Latina. Psicoanálisis y China no parecen asuntos enlazados naturalmente. Sin embargo, se cruzaron en París, y el ensamble resultó de una fecundidad asombrosa, en parte porque el psicoanálisis estaba encarnado en el legendario Jacques Lacan, y China en el mayor intelectual de ese país que habitaba Francia, François Cheng. 

Pero empezamos hablando de Buenos Aires, ¿por qué? Porque es allí —no en París, no en Nanchang— donde Camilo Sánchez acertó en descubrir el tesoro de aquel encuentro. Estaba destinado Sánchez a revelar el acontecimiento, porque es lector histórico de Lacan, porque su afición por la cultura china parece provenirle de vidas anteriores y porque está en este mundo para escribir aquello que las angustias del cotidiano nos velan. 

Para Revista DangDai entrevistamos a Camilo Sánchez sobre Ahora bien.

— Hace mucho tiempo que quienes te conocemos sabíamos de esta novela. Llevó tiempo…

— Mi tío Carlos González, que fue pescador en alta mar, preparaba los leños y el asador en cruz dispuesto a cocinar un cochinillo para Navidad y yo que era ansioso y creía que siempre tenía algo más importante que hacer, le preguntaba cuánto nos llevaría la cocción. “Tardaremos lo que tengamos que tardar. Ni un minuto más”, me decía, y ponía manos a la obra. Igual, no deja de ser una locura. En el ensayo La Civilización de la Memoria del Pez, Pequeño Tratado sobre el de la Atención, Bruno Patino nos habla como pocos de la dispersión en estos tiempos rotos y dice que, entre los niños de doce años, la atención plena sobre una sola cosa, rara vez va más allá de los nueve segundos. Más o menos como la memoria de un pececito de color azul cobalto en una pecera. En este contexto, trabajar cuatro o cinco años en una novela, es vintage, desproporcionado, una alucinación sin mucho destino. A no ser que en el viaje se aprenda algo. Este cruce de caminos, entre el psicoanálisis y la cultura china, me convocó para que me quedara allí el tiempo que hiciera falta. Y me enseñó cosas que es lo que importa.

—¿Podés nombrar algunas de ellas?

— Lacan dice, en un momento de su enseñanza, que él no sería Lacan si no hubiera estudiado chino alguna vez. Entiendo que lo dice a la manera de que, en lo posible, solo se deben emprender aquellas cosas que te llevan al mejor puerto de uno mismo. En mi caso, este libro es más o menos eso. 

— ¿Por qué elegiste “Ahora bien” como título?

En este diálogo que se suscita entre el poeta Cheng y el doctor Lacan, que es mi manera de nombrarlos para poder convertirlos en personajes de una historia, el “Ahora bien”, que a veces utiliza en sus libros el poeta Cheng me pareció que condensaba una construcción de a dos, un pensamiento que se replica en conjunto. “Es así, pero también está esto otra posibilidad”, puede llegar a traducirse ese “Ahora bien”. También alude, eso me di cuenta más tarde, al “Ahora bien” ensoñado por tantas personas que ejercen el hecho artístico y que ven, en la fugacidad del instante, un brío, una posibilidad. Eso lo descubrí más tarde, por cierto, como suele pasar casi siempre: lo fundamental aparece sin que el autor, tan en cuestión por suerte en los últimos años, ni siquiera lo alcance a percibir.

— ¿Siempre fue ese título o barajaste otros?

Había empezado la novela con el título “La sombra china de Lacan”, que iba a ser un tributo también a un amigo, poeta y periodista, que se llevó la pandemia, Luis Gruss. Él había escrito sobre el encuentro de Cheng y Lacan en un artículo, en el dominical de un diario de Buenos Aires, allá por el año 2008. De a poco, me pareció que hablar de “sombra” para Cheng, una persona que es de todo menos sombra era excesivo y, por otro lado, ese título hacía pie también en exceso en el doctor Lacan. Ese título inicial se me deslizó entre los dedos con la tarea de escritura y de investigación. Es que se me configuró, primero levemente, y recalé muy fuerte después, en los aportes que en ese diálogo hicieron Cheng y Lacan. Y fue muy parejo. Ambos ganaron con el encuentro. Un montón de cosas ganaron, los dos lo van a reconocer con el tiempo. Con el transcurrir del libro, decía, comenzó el crecimiento de la voz de Cheng, una especie de luz agazapada que rodea su obra, un señor en calma pero dispuesto a ser puente. En “Ahora bien” intenté marcar la paridad del peso entre la palabra del poeta que entonces era ignoto y del psicoanalista ya famoso por entonces.

— ¿Qué cosas de Cheng te impactaron?

— Percibo a través de su obra una rara coherencia. Podemos leer esto, por ejemplo, en Cheng: “El mero hecho de vivir supone un cierto arte de vivir. Por ejemplo, solemos colocar flores que alegren nuestra casa, afinar el oído para escuchar el canto de un pájaro, disfrutar de un jardín de primavera o de una puesta de sol en el mar. Todo eso está bien. Sin embargo, si deseamos ir más allá de los lugares comunes, ir más allá de las costumbres de reservar la belleza para algunos momentos privilegiados, tenemos que aprender a habitar poéticamente la tierra, tal como lo propuso el poeta Hörderlin.” Los que son de verdad, parece que siempre están hablando de lo mismo, ¿no?

— ¿Creció entonces la figura de Cheng mientras investigabas y escribías?

De hecho, el libro tiene algo de tributo a ese poeta y traductor que padece el desarraigo y se construye una nueva vida en Francia. Toda su familia, escapada por el hambre tras la invasión japonesa a China, sigue viaje hacia los Estados Unidos, pero Cheng escucha en las calles la música de la lengua francesa en un poema de Rilke en ese idioma y, con sólo 19 años, decide quedarse en París. 

— ¿Cómo surge tu acercamiento personal a la cultura china?

— Hasta por ahí nomás personal. A esta altura de mi vida y de mis libros, la trama de lo ficticio y lo real se han vuelto territorios difusos. Algo es seguro: hay cosas que se tejen más allá de uno. Una profesora querida, asesinada por la Triple A en 1975, poco antes del golpe de estado de 1976, escribió en un pizarrón de un aula de un colegio salesiano del puerto de Mar del Plata, poco antes de su partida, un poema de Wang Tsi que se titula “El Té” y dice: “Acércate el cuenco a los labios / estás en el paraíso.” En ese colegio, donde Dios estaba tan lejos y metía tanto miedo, ese poema encendió una brasa desconocida. Al tiempo, ya en Buenos Aires, conseguí una traducción -una traducción de una traducción, como pasaba entonces que nadie sabía chino de primera mano- de Alvaro Yunque, un personaje que merece que alguien realice un ensayo sobre su obra. Era una antología de Poesía China, una tapa aurinegra, con los colores de Peñarol de Montevideo. Ahí había poemas que me impactaron de Li Bai, que entonces se escribía Li Po. Ese libro fue un viaje inaudito para un muchacho casi analfabeto. A Li Bai le llegué a escribir, con osadía, a mis veinte años, un poema borroso y apresurado, sin edición. Narraba allí la muerte mítica de Li Bai de quien se dice que se arrojó en aguas del Rio Amarillo para abrazar la luna llena. Nadie sabe si es cierto. Li Bai le había cantado muchas odas al vino y pudo haberle ocurrido eso o acaso esa muerte, narrada de esa manera, fue un invento de alguien que lo amaba. Pero hay una clave en el relato de esa muerte que acaso sea una fábula que es significativa para la manera de entender la cultura de los chinos, ¿no?

— ¿Cómo sería?

— El primer poema que leí chino, dijimos, fue el de Wang Tsi. Para mi perplejidad, en los ochenta, conocí una especie de mito porteño, un sanador y maestro de tai chi que vivía en una casa muy sofisticada -con una huerta en la terraza y un palomar en los fondos- que se llamaba casi como el poeta, Wang Tsing. Una g de diferencia. Alguna vez Wang Tsing apareció en la revista Dang Dai. Entre él y otro pintor de leyenda, Lo Yuao, me enseñaron montones de cosas. Con ellos entendí, como ya dije alguna vez, que no se trataría solo, en cuestiones artísticas, de responder a una especie de canon postulado por tantas tradiciones: un texto, un cuadro, una música capaz de animar alientos armónicos. Lo que no es poco. Lo que es muchísimo. Pero eso no alcanza para la tradición china. El hecho artístico, según propone Teng Ch’un tiene un solo adagio o compromiso posible: transmitir el misterio del espíritu.

— ¿No suena eso un poco religioso?

— Espíritu en el castellano nuestro es una palabra colonizada por las religiones o la new age. Somos muchos los que entendemos -alcancé a comprenderlo, creo, mientras editaba el libro La intimidad de las islas de Gustavo Ng- que una acepción posible de Espíritu, en nuestra lengua cotidiana, puede ser la palabra Intimidad, más acorde con nuestra percepción. 

— La vieja concepción china del arte como ejercicio sagrado…

— Es que tiene una lógica rigurosa que, para un chino no religioso, que son la gran mayoría de los 1.400 millones de chinos, las obras legadas por sus antepasados como Lao Zi, Shitao o Mengzi, que tienen miles de años de garantía, tengan el peso de lo sagrado. El enorme aventón que significó para mi tarea que fueran esos tres autores, que había frecuentado por mi cuenta, a los ponchazos, sin rigurosidad, por puro gusto, los mismos que eligiera el doctor Lacan para indagar en la cultura china de primera mano con el poeta Cheng, una tarde de 1969 en París, es algo de lo que no soy del todo responsable. 


FRAGMENTOS

Principio y fin: tributos a Francois Cheng

En la deriva, el prólogo 

se convierte en un tributo

Solo la ficción parece ser capaz de trascender el crudo acontecimiento, solía decir Edmond Jabès. 

Es notable escuchar a un poeta de su talla insistir con tanta vehemencia en favor de la ficción.

Edmond Jabès sabía lo que estaba haciendo cuando se escudaba detrás de otros nombres, rabinos que inventaba, puro cuento, en sus mejores poemas. 

Solo la ficción es capaz de recobrar un acontecimiento en sus repercusiones más íntimas, argumentaba en uno de sus libros de entrevistas, Del Desierto al Libro.

En sintonía con Edmond Jabès, a quien secretamente admiraba entre sus poetas preferidos, el doctor Lacan discutía y mostraba su enojo con Sigmund Freud.

Como si no pudiera ver en la verdad, que es su pasión, la estructura de ficción que está en su origen, le recriminaba, como si lo tuviera delante suyo, en alguno de sus seminarios de los miércoles.

Es siempre más o menos así. Con mayor o menor pericia se narra, como en un sueño, algo que pudo haber sucedido.

Mi abuela Rosalía Martín me mandaba de niño a llamar a mi abuelo, Clemente Román, que dormía la siesta en los fondos de la casa. 

Mi abuelo reposaba cerca del gallinero y el paredón de ladrillos sin revocar, bajo un árbol de ramas que caían como una fina lluvia. Después supe que era un sauce.

-Andá a recordar a tu abuelo- me decía.

Me pedía que lo fuera a recordar, que lo trajera del sueño. Acaso escribí este libro, casi sesenta años después, para tratar de entender por qué, en el castellano antiguo, recordar y despertar eran la misma cosa.

Uno de los personajes centrales de esta historia, François Cheng, vive aún en París. Cuando aparece, poeta mayor, soberano de mil batallas, lo hace bajo un soplo luminoso.

A los 94 años, en su libro más reciente, escribe sobre el destello final del alma y deja sobre la mesa preguntas de alta perplejidad, y siempre tiene a mano alguna frase de las que tocan el cuerpo con la leve descarga de una brisa.

Es aquí donde el prólogo se convierte, de alguna manera, en homenaje. Esta tarea está dedicada a ese poeta que escribe en una lengua francesa susurrante lo que rescata de la antigua lengua china. 

A François Cheng, entonces, este libro porque usted ha podido cruzar, hacia un lado y hacia el otro, los enigmas que flotan en las grandes aguas.


A manera de un epílogo 

que cuenta finalmente 

el inicio de la historia

En estos tiempos de miserias omnipresentes, de ciegas violencias, de catástrofes naturales o ecológicas, podría parecer que hablar de la belleza es incongruente, inconveniente, provocador, casi un escándalo, decía el maestro Cheng.

Fue el 5 de noviembre del 2010, en la sala mayor del Collége des Bernardins.

Estaba allí el poeta Cheng para hablar de la belleza.

Con un mínimo esfuerzo puedo verlo de nuevo: la figura inclinada de Cheng levemente hacia adelante, el saco oscuro, el jopo legendario, las palmas abiertas como buscando envolver, cada frase, en una vibración distinta.

No bajaba la vista de sus alrededores. 

La belleza se sitúa en el otro extremo de una realidad a la que debemos hacer frente, dijo, en algún momento el maestro Cheng.

Se lo escuchaba muy bien desde la fila doce, pese a un hombre canoso y reconcentrado que respiraba con inquietud en una butaca próxima.

La belleza es una forma de la bondad, dijo, y la mirada de Cheng sobre todo, que iba y venía de la platea, por encima de los anteojos de lectura, calibrando el clima de la audiencia.

Recuerdo perfectamente cuando dijo:

-Todos hemos experimentado la belleza.

-Todos -dijo la voz de Cheng- compartimos impresiones comunes sobre la belleza: un cielo estrellado o un paisaje grandioso con un lago en el centro.

En el tono de quien se demora en cada palabra. 

Pero -hizo una pausa, como una advertencia – lo cierto es que también encontramos la belleza en lo pequeño: una hierba insignificante rozada por la brisa o el vuelo de un pájaro entre nubes.

La frase pareció tocarme.

Miré por encima de la voz de Cheng, como buscando aire. 

Y mientras recalaba en lo que transmitían las palabras de Cheng, esa sensación de que la belleza rondaba en lo más cercano, pude verla. 

Recortada contra un panel celeste, que iluminaba la sala: allí aleteaba con cierta furia, en el aire, una polilla mínima sin nombre.

Sola, de espaldas al fraseo hipnótico de François Cheng, el pequeño insecto volaba, cerca de las palabras, brillaba como en un sueño.

Buenos Aires, marzo de 2023


Camilo Sánchez

Nació en Mar del Plata en 1958, y ejerció el periodismo en medios gráficos durante casi 40 años. En 1986 fue autor, junto a Néstor Restivo, del libro Haroldo Conti con vida, reeditado en 2002 y 2016. Su novela La viuda de los Van Gogh (Edhasa, 2012) se publicó en Argentina, México, España, Alemania, Italia y Francia. En 2014 su trilogía poética Del viento en la ventana fue finalista del concurso Olga Orozco, con un jurado integrado por Juan Gelman, Gonzalo Rojas, Antonio Gamoneda y Jorge Boccanera. En 2018 presenta su segunda novela, La Feliz (Edhasa). Desde 2008 integra el grupo de psicoanálisis La aldea que coordina Beatriz Taber. En Buenos Aires conduce actualmente el sello editorial independiente El Bien Del Sauce.


sábado, 27 de julio de 2024

Lugares

Un banco en una plaza.

Un lugar alto en una montaña.

Un puente.

Una cama.

Una estación de tren en una ciudad desconocida.

La orilla de un arroyo (conversa ribeira).

La oscuridad.

Lugares en donde surge en una charla la verdad.




viernes, 26 de julio de 2024

Quien llora

Porque se ha hecho grande. 

O porque está tomando unas pastillas. 

O porque no habla con nadie. 

O porque las cosas están mal en el país —ve una mujer y un hombre durmiendo en la vereda, con el frío que hace.

O vaya a saber por qué, en cualquier momento le sobreviene un llanto.

Quisiera hacer ruido, pero llora en silencio. 

Tal vez se mira las manos, o no mira nada. 

Llora. Sabe que no hay solución.




No sabe que en otro lugar de la ciudad hay otra persona que porque se ha hecho grande, o porque está tomando una pastilla.

O porque no habla con nadie o porque las cosas están muy mal en el país y vio una mujer y un hombre durmiendo en una vereda con el frío que hace. 

O vaya a saber por qué, en cualquier momento le sobreviene un llanto.

Quisiera escucharse llorar pero llora en silencio, tal vez mirándose las manos o no mirando nada, sabiendo que no hay solución. 


sábado, 20 de julio de 2024

Amanecer

A veces voy a algún lugar a pasar el amanecer.

Cosas que hago cuando viajo y me olvido de visitar las postales.

Una vez fui a un puerto de Estambul, de donde salía el ferry al barrio de Kadiköy. Me senté en un banco cuando aún era de noche. 

No hice nada. Ni leí, ni escuché música, ni un podcast, ni escribí. Sólo me senté en medio del amanecer que ocurría a mi alrededor.

En un banco al lado mío dormían dos adolescentes, uno más grande, otro más chico, envueltos en abrigos.

Fueron llegando pasajeros. Gente que entraba a trabajar muy temprano. Primero eran unos pocos, luego a cada ferry subían más.

Un kiosco abrió —el kiosquero levantó la cortina de metal, encendió las luces, puso música. Al rato comenzó a salir un humo casi imperceptible de una chimenea pequeña.

El agua aún estaba negra, pero arriba, en el cielo, de a poco, sin que uno se diera cuenta, iba disolviéndose la oscuridad.

Cuando estuvo más claro, las palomas se largaron a volar.

Un rato después, ya el cielo tenía claridad y las cosas se hicieron grises y comenzaron a verse sus detalles.

Ya subía una muchedumbre a los ferries que llegaban, haciendo su escándalo de agua.

Ya el kiosco tenía tres clientes. 

De repente, el cielo había perdido todo color, con una última estrella que no se quería ir —como yo no me quería ir. 

Pero entonces ya era de día. El amanecer había terminado.

Como si yo me hubiera quedado dormido sin darme cuenta y me hubiera despertado, el día era tan normal, era tan natural que fuera de día, que yo no podía recordar cómo era cuando todo aún era de noche.

Debí haber tomado una foto para luego recordar, pero quizás esa sensación de que algo que sucedió ya no volverá nunca es necesaria para que uno pueda tener intimidad, con un lugar, con un momento, con uno mismo.

La intimidad se hace importante cuando todo está a la vista.

Me levanté —bastante duro— del banco y volví caminando al hostel. Me acosté entre dos chinos, un turco que roncaba y tres gringas, y me quedé dormido.





Economía

Un líder que entienda bien la economía diría esto:


El pensamiento es puro valor agregado.

¿Qué es la ética?

 Si es mayor que vos le das el asiento.

Nada más.

miércoles, 17 de julio de 2024

Sin chicos

La infancia, las infancias, los chicos, no son un tema del actual Gobierno argentino —es generalizado. 

No existe ninguna imagen de los gobernantes relacionada con chicos. 

Los chicos han desaparecido. 

Sólo hay carcamanes y adultos grandes, furiosos, amargos, ricos, gente del poder. 

En vez de hijos, el presidente exhibe perros. Amo los perros y cualquier político barato puede sacarse una foto barata con cualquier pibe para buscar impacto demagógico, pero acá hay más. 

Cuando hay amor por la gente que se representa, inevitablemente aparecen los pibes. Acá no hay una pizca de consideración por la gente. Sólo hay una orgía helada, de poder y violencia.




Entre extranjeros

 Yo tenía 13 años cuando empezó la dictadura de Videla. Empecé la secundaria, la edad de salir de la familia a la sociedad, cuando empezó la dictadura. A mucha gente le salía el Hitler que tenían atado adentro. La regente de la escuela a la que yo iba nos tenía 20 minutos formados a las siete de la mañana en el patio a la intemperie, con dos o tres grados en invierno, en silencio total. Nuestros cuerpos se helaban, tiritábamos incontrolablemente, los pies como hielos. Ella caminaba entre las filas con una regla gigante de las de pizarrón, y si alguien se movía, le pegaba un reglazo. Alguien, de 15, 13 años. Era feliz, ella y las demás “autoridades” que asistían al espectáculo, porque al fin podían hacer lo que querían: actuar violentamente con perfecta impunidad.

En los años siguientes, mientras vivimos abusados en nuestro cotidiano por todos los que sentían que el abuso estaba legitimado, un placero o un tío, una empleada del Registro Civil, un portero, nos enterábamos de que los militares habían asesinado una familia entera en una casa de la calle Corrientes, de que había cárceles clandestinas, de que las torturas y los asesinatos se habían vuelto parte de lo que hacía el Gobierno.

Todo eso se me hizo carne. Todo eso me hizo. Soy lo que esa dictadura nauseabunda hizo de mí.

Le transmití esto como historia genética a mis hijos. La historia la conocen más o menos, pero sí tienen la alerta, el sentido de la justicia, el sentido del abuso. En cambio, escucho a muchas personas que parecen no tener ese registro profundo de la dictadura, parecen no haberla vivido, el miedo en el hígado, y que por eso aprueban este Gobierno nazi que tenemos ahora.

Ante esas personas siento, desconcertado como en un sueño, que estoy en otro país, poblado de personas que vinieron de afuera, que habla y decide sin saber lo que pasó en esta tierra.

Pero es peor. Esas personas son básicamente las que aprobaban a la regente que se daba el orgasmo de hacer un campo de concentración con adolescentes. Quieren que el presidente baje la imputabilidad a los 13 años porque odian a los negros y a los chicos. Quieren que Milei les meta la motosierra en el culo y la encienda.


“Pobre pájaro atrapado en tus propias palabras”, le dice una bárbara a un civilizado en una obra de Alfonso Reyes. 

Hace unos días escuché a un intelectual diciendo que considera a Milei un revolucionario, porque quiere cambiar la realidad. Pobre intelectual, atrapado en una formulación lógica que no sirve para nada. Milei es el payaso puesto por las fuerzas que sólo quieren llevar las cosas a lo más revulsivo de nuestro pasado.





lunes, 15 de julio de 2024

Ángeles

Me dice Pau:

— Estoy absolutamente enamorada de mi marido. Lo admiro, me deslumbra, igual que hace veinte años, cuando lo conocí. Lo más feliz que me ocurrió en la vida es estar con él, y sufro pensando que nuestras vidas se terminarán sólo porque no seguiremos juntos, porque no estaré más con él. Lo miro, no le digo nada, pero me corre algo por dentro —y él lo sabe, y eso lo hace más hombre y le da más seguridad en sí mismo, y a su vez eso me encanta.

Sigue:

— Pero Fran también me vuelve loca. No puedo comparar. Son como dos universos distintos, que no se tocan, no tienen nada que ver uno con el otro. A Fran le doy clases y jamás nos tocamos, y nos tratamos con algo de distancia —quizás porque sabemos lo que nos pasa—, pero nos miramos, y yo lo miro y se me derriten las moléculas, y se me hacen luminosas, como si se me transformara el cuerpo en un cardumen de luciérnagas.

Al fin:

— Quiero tanto a mi marido, necesito tan desesperadamente que sea feliz, que sea el monumento humano que es. Jamás le contaría lo de Fran. Lo mataría. No entendería que lo que me pasa con Fran no disminuye ni un miligramo lo que me pasa con él, ni tampoco le suma, porque son cosas que no tienen nada que ver. A la vez, le estoy ocultando algo, y si un día me llega a preguntar si le oculto algo, voy a tener que mentirle, y no quiero mentirle. Se rompería algo entre nosotros, que también somos como dos ángeles hermanos. No sé qué hacer.



domingo, 14 de julio de 2024

Vidas en contacto

1. Yesica

Jessica, o Yesica, vaya a saber cómo se escribe, pensaba Abel. Era una piba que trabajaba en el programa de servicio social que él coordinaba. No estaba en la línea del frente, atendiendo al público, sino que era asistente en la administración. 

Era tema de comentarios lo bonita que era, y lo vanidosa, que no tenía novio y rechazaba las invitaciones con desaire. En aquella época, Abel jamás cruzó una palabra con ella.

Diez años después, le llegó a Abel un mensaje por una red social, “cómo estás?” Era su carita hermosa, un poco angelical, con un toque despiadado en la mirada.

Sin responderle, Abel comprobó que su nombre se escribía “Yesica”, y se puso a curiosear las publicaciones que ella había hecho. 

Supo que había tenido dos chiquitos, tan bonitos como ella, observó que vivía con sus padres, y tal vez con hermanos u otros parientes también, que estaban en la mayoría de las fotos. Le pareció que vivía en algún lugar del conurbano, tal vez Claypole, Lomas de Zamora o Florencio Varela. Algunas fotos eran en una pileta pelopincho, otras en una habitación iluminada escasamente por una lámpara de 60 Watts, o en un comedor pequeño, llena de cosas de colores. Había muchas paredes sin revocar, muchas personas alegres y en un video la familia festejaba algo y “Yesica” mostraba cómo bailaba cumbia con sus hijitos. 

“Menos mal que no hay una selfie en un baño”, pensó Abel.

En ninguna foto estaba con un hombre. 

“Se separó”, pensó Abel. “O tuvo los chicos de soltera”.

Y ahora estaba ese “cómo estás?” en la cajita de los mensajes personales. 

Pensó en responderle. Y pensó que si lo hacía se metería en el baile. Se verían en un bar, fernets, ir a bailar, luego a la casa de él.  Los días siguientes se escribirían, repetirían las salidas, luego más seguido, en otras partes. Se enamorarían. Se pondrían en pareja y entonces la familia de Yesica, y entonces los chicos, y en un par de meses ya hablando de vivir juntos, y en eso Yesica quedaba embarazada. 

De ahí en más, una vida con Yesica.

Y ¿quién era Yesica? ¿Qué pensaba? ¿Qué anhelos tenía? ¿Qué pensaba del momento del país? ¿Cómo se veía a sí misma? ¿Qué contradicciones tenía? ¿Qué la apasionaba? ¿Qué quería para sus hijos?

 Las fotos y las frases que había subido a la red social no revelaban nada de su pensamiento —¿los tendría?—, ni de sus sentimientos, más allá del amor a su chicos y de su aceptación de la vida en familia.

Abel no veía a Yesica, pero veía la vida de Yesica. Si le respondía, entraría en contacto con esa vida, pondría en contacto su vida con la de ella.

Quizás ella le gustaba mucho, y él a ella, pero sus vidas parecían ser incompatibles.



2. Hans

A Lily, Gao Ling, le agradaba que Hans fuera alto y que siempre sonriera. Sin embargo, su fuerte olor a hombre, sus gigantescos dientes de caballo, sus manos velludas, sus robustos huesos prominentes, su falta de armonía al moverse, le causaban una mezcla de extrañeza y rechazo. Era demasiado diferente. Era otro tipo de humano. 

Lo que fascinaba a Lily de Hans era su osadía de meterse en China dispuesto a soportar todo lo que le sucediera, dispuesto a pagar el precio que fuera necesario. La encendía la voluntad inquebrantable de Hans de instalar una escuela de violín, la inspiración que él había tenido de compartir lo que sabía hacer con los chinos y la determinación con que lo había logrado, sin amedrentarse ante los muchos obstáculos que fueron apareciendo.

Lily supo que era el hombre de su vida, no él, con su pestilencia de bestia que nadie aseaba, su barba pinchuda y sus enormes orejas de Neandertal, sino su vida. En todo caso, aunque bastante brutalmente fabricado, Hans era un producto de su vida, de su deseo de ir siempre más allá, de su intrepidez y su espíritu aventurero. 

Hiciera lo que Hans hiciera de su vida, Lily quería estar en esa vida.



3. Ziyi y su padre

Mi padre, Ng Ping-Yip nació en la provincia de Guangdong, vino de muy joven a Argentina, se casó con una nativa y se hizo un argentino más. Cuando mi hermana Anita y yo nacimos, casi no sobrevivían rasgos chinos en él y naturalmente no nos enseñó el idioma ni nos habló de su pasado en China. 

Desde que éramos adolescentes, mi hermana Anita conoce un aspecto de mí que nadie más percibe tan finamente, como si me espiara desnudo: mi neurastenia por lo perfecto, mi intolerancia ante cualquier cosa que no sea de la mejor calidad. 

Esto me hace tirano ante la realidad. Un tirano que tiene algo de oriental. De esos que si le traen una comida que no tiene el gusto apropiado, hace echar al cocinero. En mi realidad, si alguien estuvo 22 días preparando un informe y cuando me lo entrega le encuentro una sola idea que no está impecablemente formulada, le hago hacer el informe entero de nuevo. No me importa que se angustie, que llore, que tenga que quedarse a deshoras y no pueda estar con sus hijos.

Este es un rasgo que también tiene mi padre, y que también tiene Gastón, el hijo de mi hermana.

Claro que es un rasgo entre otros. Por otra parte, es un trazo que la realidad nos ha domado a los tres —básicamente, no hemos sabido crear las condiciones para estar en posición de ser tiranos.

Sin embargo, es un rasgo que no acaba de disolvérsenos.

En esto que estoy contando no me interesa ser querido, sólo necesito decir la verdad.

Cuando estoy con mi padre, choco de un modo inexorable, rey contra rey, orgullo contra orgullo. Él manda, yo mando. No acepto su autoridad sobre mí porque ya soy un rey, él no acepta la autoridad mía porque es el rey padre.

Esta es una de las razones de mi enojo por no haber sabido construir una relación con Isabel (de nuevo, hoy no me interesa ser querido, sólo necesito decir la verdad, aunque me abochorne). Yo sentía que Isabel era la mujer adecuada para mí porque satisfacía mi aspiración de pertenecer a la clase alta, lo que corresponde a mi exigencia de perfección —si estoy en esta sociedad, quiero estar en el mejor lugar.

Si yo viviera en China, claramente buscaría hacer una pareja con Ziyi porque es hermosa, aprecia lo mejor de mí y de mi vida, su padre el artista Lou Zhijie, entre los que mejor venden en el mundo, me aprecia de la misma manera; es rica, inteligente, sabe lo que quiere y, en fin, es perfecta.

El toque oriental que mencioné de mi tiranía aparece cuando pienso en cómo sería esposo de Ziyi y yerno de Lou Zhijie. Percibo que en China ser tirano no generaría ningún problema. Al contrario, hija y padre esperarían eso de mí, porque sabrían que es mi modo de buscar lo mejor.

Y eso es lo que me une a ellos. 



Esther

Estoy de duelo porque se me terminó una serie.

Larguísima, de 72 capítulos.

Debería haber una palabra para esta sensación de vacío, orfandad, nostalgia adelantada, tristeza, soledad.

Todo este tiempo, cuando me preguntaban cómo estaba, yo respondí:

 

1. Refiriendo actividades

 

2. Si la persona era más cercana, exponiéndole pensamientos

 

3. Si era más cercana aún, le contaba pensamientos y sentimientos respecto de las cosas y personas de mi vida

 

4. Si era una persona íntima, le confesaba temas de fondo

 

Son 4 cauces naturales, ordenados, para responder a "cómo andás", si avanzás de “bien, bien”.

 

Mis confesiones no tienen problema en revolver el cuchillo en la herida. Aún así, si hubiera sido honesto en el sentido de hacer lo que sentía en lugar de hacer lo que se supone que hay que hacer, todo este tiempo hubiera contado lo que pasaba en esa serie.

Que tal actor me parecía limitado.

Que veo las discusiones de los guionistas.

Que no soporto que Brenda le meta los cuernos a Nate.

Que si Claire fuera un toquecito más madura hubiera aprovechado la riqueza que había en su novio porque por esa riqueza se permitió ser puto un rato.

Que las personas no se vuelven locas como George.

Que Maggie era un ángel.

Que esa rabina fue la mujer más hermosa de todos los 72 capítulos.

Que el portorriqueño habla español como el orto.

 

Todo este tiempo de mirar la serie mi vida fue mucho vivir la serie

El resto de mi vida no era tan interesante

 

Así era una vecina que tuvimos, que se llamaba Esther.

Cuando le preguntabas cómo estaba, decía que más o menos, porque Rolando iba a dejar a Teresa, el muy idiota, sin pensar que a Teresa la conoce desde que eran chicos, que están hechos uno para el otro, y es buena y lo va a querer toda la vida, y la va a dejar, el muy guampudo, por esa chiruza que a la primera de cambio le va a poner los cuernos...

Y seguía un rato, Esther.

No tenía vida, con el marido enfermo todo el día sentado en una silla en la vereda, y ella fregando y cocinando.


 


Ella

 No voy a poner los nombres, porque después dicen que invento.

Me referiré a ella y a él.
Pero quiero que sepan que este es un caso absolutamente real.

Él le dice:

— Boluda, sos resexópata. Cada vez que tenemos un problema, en vez de hablarlo, lo tapás con sexo. Te empiezo a decir algo, me tapás la boca y me cogés. Te digo que estoy triste, y me cogés. Estás triste vos, y me cogés. Cuando estamos aburridos, me cogés. Si estamos nerviosos, me cogés. ¿No sabés hacer otra cosa?

Ante estas palabras, ¿qué les parece que hace Ella?

Tuvo que intervenir la hermana de ella (tampoco pondré su nombre).

— ¿No te das cuenta de que ella te quiere como una loca? —le dijo a Él.

— Yo no digo que no me quiera…

— ¿Y entonces qué te pasa? Su manera de manifestar el amor es el sexo. Vos hablás, vas al psicólogo, hablás, hablás, hablás. Querés hacer melodramas, te ponés romántico, te gustan las complicaciones, querés que estén enamorados como en las películas. Bueno, vos sos como sos, y ella es como es. Te quiere, te da. Punto. Aceptala como es.

miércoles, 10 de julio de 2024

Una pausa

Lo que me pasó con Daria es que se me abrió una pausa.


Como le dice Ifigenia a su hermano: “abriste una pausa entre dos mundos”.


Se suspendió por un momento mi pensamiento, hice un perfecto vacío para que se llenara con ella, con su voz, sus ideas, sus hermosos ojos.


Y entonces no sólo sus ojos me parecieron hermosos, sino toda ella. Toda su historia, su sensibilidad, su alegría, su ímpetu, su iniciativa, su boca, su tiempo, sus inseguridades, sus dedos, su subjetividad repartida en dos mundos, su cabello.


Supe entonces que sucedería lo que luego sucedió: que ese instante de suspensión era una llave en mi mano. 

Una lupa. 

Una linterna. 

Un encendedor. 

Unas tijeras. 

Un condimento de la India. 

Un combustible. 

Una forma de hacer un nudo. 

Un polvo mágico. 

En cualquier momento, con cualquier persona, puedo sacarlo de mi bolsillo y usarlo.





martes, 9 de julio de 2024

Los estúpidos que ponen todo lo que tienen en cada cosa que hacen

Un escritor Kurt Vonnegut escribió que “la gracia fundamental de Laurel y Hardy consiste en que hacían todo lo posible en cada prueba”.

¿Qué quiso decir con “gracia”?

¿Por qué le parecía divertido que hacían todo lo posible en cada prueba?

No sé si lo entiendo pero algo en mi interior lo entiende muy bien. 

Amo a los estúpidos que ponen todo lo que tienen en cada cosa que hacen. 

Los que no calculan, los que no se guardan, los que no ponen nada más que lo que conviene. 

Cuando se hacen grandes, cada vez ponen más, porque han acumulado más vida. 

Llega un momento en que pueden perder todo lo que tienen de toda su vida, y eso puede resultar una tragedia. 

Quizás por eso Vonnegut también escribió de Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, que “hay una terrible tragedia en ellos en algún sitio. Esos dos hombres son demasiado amables para sobrevivir en este mundo y están en terrible peligro todo el tiempo”.