El año del Dragón fue maravillosamente tempestuoso,
encantadoramente revolucionario e imparablemente conmovedor. El dragón se
despide, agotado por sí mismo, y llega el año de la Serpiente, año lunar 4711
para los chinos. La impronta de la serpiente tiene poco que ver con la del Dragón:
su dominio es el de una sabiduría instintiva y ancestral, una habilidad
magnética que actúa desde la quietud. Es tiempo de confiar en el poder de lo
que uno ya es y cosechó. Será en vano, hasta necio, agitarse para cambiar las
cosas. La continuidad con el Dragón está dada porque la Serpiente también es
kármica, lo que significa que ésta es su última reencarnación. Cada día es el
último, cada instante es un tesoro. Quienes mejor entiendan esto, por otro
lado, correrán el riesgo de enfatizar su lado posesivo, territorial, celoso.
Así es el zodíaco chino, una de ying, una de yang.