Mi mamá se va yendo de a poco, lentamente. No sabe que está
muerta. A veces entra en letargos, los que cada vez son más largos. A veces
despierta. A veces se aleja mucho, a veces vuelve. A veces está dulce, amable,
plácida, a veces está furiosa. En total, está perdida. En tinieblas.
Todo el tiempo me viene a la cabeza El libro tibetano de los muertos. Es una guía, en forma de una
larga oración, para que los vivos conduzcan a los muertos los primeros tiempos
después de la muerte, hacia la luz.
Lo prioritario es convencer al muerto, con paciente amor, de
que ya no está vivo. Diciéndole que eso no es malo, que es una instancia
superior.
Quienes escribieron ese libro a lo largo de muchas
generaciones, fueron gente que había ganado un poder inconmensurable en la
meditación. Nuestra sociedad no tiene recursos para comprender ese poder. Ellos
pudieron observar qué había más allá del momento de la muerte, estudiarlo en
grupo, aprender, comprender. Como resultado, la guía es precisa, basada en el
conocimiento de las sucesivas situaciones con las que se va encontrando el
muerto. El libro va anticipando esas situaciones y aconsejando al muerto qué
debe hacer. Es a la vez algo muy delirante y muy pragmático. No hay reflexión,
sólo imágenes, información e indicaciones.
Está claro que lo que siento de mi mamá ahora está
formateado por la lectura de El libro
tibetano de los muertos. Es así como funciona, todo lo que nos pasa está
formateado.
Lo que no significa que quedemos necesariamente presos del
formato. No podemos existir sin una matriz, pero una vez nacidos, hacemos de
nosotros lo que decidimos u omitimos decidir —y entonces dejamos que otros
hagan de nosotros lo que quieran.
Yo soy muy maleable, las decisiones mías o de otros me
marcan demasiado. Un día puedo ser algo y al día siguiente otra cosa. Mi mamá tenía
22 años cuando nací. Era una piba, a esa edad, hecha de plastilina. Esa fue mi matriz.
Creció conmigo. Se fue formando mientras yo me fui formando. Y me veía como a
un líder. Me admiraba, le gustaba seguir mis consejos.
Mucha gente se siente atraída por El libro tibetano de los muertos, en parte por el extraño culto que
se le ha hecho, en parte porque intuyen que el libro posee algo muy importante
que uno adquiere al leerlo. Pero fue escrito en un contexto tan diferente, que
es casi imposible sostener su lectura. Es insoportablemente repetitivo y las
ediciones que nos llegan tienen un lenguaje artificioso que impide llegar al corazón
de lo que dice.
El año que viene encararemos con Camilo una versión para que
los interesados puedan acceder más fácilmente a su lectura.
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