Si meto el celular en una cajita, en silencio, sin vibrador,
y lo dejos tres minutos allí, puedo pensar.
Voy a comprender que me algo me está faltando hacer con este
amigo que es un poco impresentable, con aquel tío ya viejo, siempre medio
gorila, con esta amiga tan mamá de sus pitufos.
Con los tres estamos conectados por en Facebook, también
participamos en algún grupo de WhatsApp, pero la verdad es que nos vemos menos
que las ganas que tenemos de vernos.
Unas ganas que están por allá abajo, como las velitas esas
que no se apagan, que le ponen a los santos.
Nos decimos que estamos tan ocupados.
Y es verdad.
Pero tenemos cosas para contarnos, y esas cosas no terminan
de aparecer en los mensajitos. Ni siquiera pueden brotar hablando por teléfono.
Tenemos expresiones, miradas que mirarnos.
Hay cosas que sólo salen con el rato de estar juntos,
físicamente juntos.
Algunas de esas cosas, que son las que hacen la relación de
tenemos, cosas que nos nutren, nos cambian la opinión, nos hacen ver esto o
aquello; algunas de esas cosas se van a pasar si no nos la decimos en el
momento, o poco después, y cuando al fin nos veamos ya no habrá quedado nada de
ellas.
Cosas para decirnos, y también tenemos comidas que nos
debemos cocinarnos.
Tenemos una casa en Los Nonos para estar un verano. En el
mar, en el delta del Tigre. Y pasan las vacaciones, una, otra, y no vamos y no estamos
unos días, como era antes.
Tenemos libros para contarnos, bandas y canciones para
hacernos escuchar. Tenemos callecitas, parques, noches que nos esperan para
caminar, nada más que por caminar.
Y a lo mejor ya ni se nos ocurre llamarnos, “che, ¿nos vemos?”,
porque ¿quién tiene a esta altura un rato libre? Ya no nos hacemos aquella
pregunta “¿estás al pedo?”, ya no estamos jamás al pedo.
Y la vida nos lleva uno para acá, el otro para allá, cada
vez más lejos. Como dos arroyos que corren juntos, pero un día uno va para
abajo y el otro gira hacia afuera y se van perdiendo.
Crecen los chicos y cuando los vemos no podemos creer lo
grandes que están.
Perdemos el cotidiano.
Después perdemos el hilo.
Al fin, mi amiga es la de siempre, pero perdí de vista el
panorama de su vida.
“¿Qué es de tu vida?”, le preguntaré cuando la vea, y
sentiré una amargura, porque esa pregunta se la hago a conocidos, no a los amigos.
Con los amigos se habla de otra cosa, no se habla de “qué es de tu vida”,
porque ya lo sabés, y estás medio adentro de su vida. No le preguntás por sus
hijos, porque el domingo los tuviste toda la tarde, no le preguntás por su
trabajo, porque esta mañana te contó para decirte que no aguanta más a ese
compañero que es un pesado.
Y en fin, ya no es posible recuperar los años. Se va
perdiendo la vida.
Y sin embargo, aún está aquella sensación de que tenemos
algo para hacer.
Si pudiéramos volver al día siguiente de cuando empezamos a dejar
de vernos, tendríamos algo fresco pendiente, algo para hacer ya.
Algo que nos quedaría pendiente para siempre si estuviéramos
muertos y girando lentamente en la eternidad.
Pero estamos vivos. Menos lozanos, medio resignados, menos
explosivos, con el deseo un poco distraído, pero vos ahí y yo acá.
Aún podemos hacerlo.
Nada más tenemos que caminar un rato, sentarnos en el banco
de la pequeña placita sin sol, pasar por el viejo andén de la estación de tren,
y descubrir qué tenemos para hacer.
Porque a lo mejor tanto demoramos el encuentro porque algo dentro
de nosotros nos decía “no lo veas aún, tengo miedo”.
Quizás nos da miedo ese algo que está pendiente entre
nosotros, tío, amigo impresentable, amiga tan linda, con tus críos agarrado uno
a tu cuello, el otro atrapándote la pierna.
Quizás es eso lo que un día nos llevó lejos del otro.
Y entonces tenemos que descubrir qué es.
Descubrir qué es lo que tenemos para hacer.
Quizás es decirnos unas palabras.
O darnos un abrazo.
O decirnos que no queremos ser ni amigos ni nada.
O bailar.
O aconsejarnos cómo vestirnos.
O regalarnos algo.
O nada más estar.
Pero no quiero que esto quede en el lirismo, así, un poco
sentimental, un poco realista.
Estoy pidiéndole a mis amigos que descubramos qué tenemos
para hacer.
No en abstracto, no “dos amigos”, “un tío y un sobrino”,
“dos humanos”, no: vos, vos-vos y yo.
Descubrirlo del mismo modo en que se resuelve un acertijo.
Como buscar un tesoro y encontrarlo.
Descubrirlo y hacerlo.
Después, Bueno, después ya se verá.
Siempre la vida es ahora.
Bueno, permiso, voy a sacar el celular de la cajita.
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