sábado, 27 de abril de 2019

Entre nosotros



Si meto el celular en una cajita, en silencio, sin vibrador, y lo dejos tres minutos allí, puedo pensar.
Voy a comprender que me algo me está faltando hacer con este amigo que es un poco impresentable, con aquel tío ya viejo, siempre medio gorila, con esta amiga tan mamá de sus pitufos.
Con los tres estamos conectados por en Facebook, también participamos en algún grupo de WhatsApp, pero la verdad es que nos vemos menos que las ganas que tenemos de vernos.
Unas ganas que están por allá abajo, como las velitas esas que no se apagan, que le ponen a los santos.
Nos decimos que estamos tan ocupados.
Y es verdad.
Pero tenemos cosas para contarnos, y esas cosas no terminan de aparecer en los mensajitos. Ni siquiera pueden brotar hablando por teléfono.
Tenemos expresiones, miradas que mirarnos.
Hay cosas que sólo salen con el rato de estar juntos, físicamente juntos.

Algunas de esas cosas, que son las que hacen la relación de tenemos, cosas que nos nutren, nos cambian la opinión, nos hacen ver esto o aquello; algunas de esas cosas se van a pasar si no nos la decimos en el momento, o poco después, y cuando al fin nos veamos ya no habrá quedado nada de ellas.
Cosas para decirnos, y también tenemos comidas que nos debemos cocinarnos.
Tenemos una casa en Los Nonos para estar un verano. En el mar, en el delta del Tigre. Y pasan las vacaciones, una, otra, y no vamos y no estamos unos días, como era antes.
Tenemos libros para contarnos, bandas y canciones para hacernos escuchar. Tenemos callecitas, parques, noches que nos esperan para caminar, nada más que por caminar.
Y a lo mejor ya ni se nos ocurre llamarnos, “che, ¿nos vemos?”, porque ¿quién tiene a esta altura un rato libre? Ya no nos hacemos aquella pregunta “¿estás al pedo?”, ya no estamos jamás al pedo.
Y la vida nos lleva uno para acá, el otro para allá, cada vez más lejos. Como dos arroyos que corren juntos, pero un día uno va para abajo y el otro gira hacia afuera y se van perdiendo.
Crecen los chicos y cuando los vemos no podemos creer lo grandes que están.
Perdemos el cotidiano.
Después perdemos el hilo.
Al fin, mi amiga es la de siempre, pero perdí de vista el panorama de su vida.
“¿Qué es de tu vida?”, le preguntaré cuando la vea, y sentiré una amargura, porque esa pregunta se la hago a conocidos, no a los amigos. Con los amigos se habla de otra cosa, no se habla de “qué es de tu vida”, porque ya lo sabés, y estás medio adentro de su vida. No le preguntás por sus hijos, porque el domingo los tuviste toda la tarde, no le preguntás por su trabajo, porque esta mañana te contó para decirte que no aguanta más a ese compañero que es un pesado.
Y en fin, ya no es posible recuperar los años. Se va perdiendo la vida.

Y sin embargo, aún está aquella sensación de que tenemos algo para hacer.
Si pudiéramos volver al día siguiente de cuando empezamos a dejar de vernos, tendríamos algo fresco pendiente, algo para hacer ya.
Algo que nos quedaría pendiente para siempre si estuviéramos muertos y girando lentamente en la eternidad.

Pero estamos vivos. Menos lozanos, medio resignados, menos explosivos, con el deseo un poco distraído, pero vos ahí y yo acá.
Aún podemos hacerlo.
Nada más tenemos que caminar un rato, sentarnos en el banco de la pequeña placita sin sol, pasar por el viejo andén de la estación de tren, y descubrir qué tenemos para hacer.
Porque a lo mejor tanto demoramos el encuentro porque algo dentro de nosotros nos decía “no lo veas aún, tengo miedo”.
Quizás nos da miedo ese algo que está pendiente entre nosotros, tío, amigo impresentable, amiga tan linda, con tus críos agarrado uno a tu cuello, el otro atrapándote la pierna.
Quizás es eso lo que un día nos llevó lejos del otro.

Y entonces tenemos que descubrir qué es.
Descubrir qué es lo que tenemos para hacer.
Quizás es decirnos unas palabras.
O darnos un abrazo.
O decirnos que no queremos ser ni amigos ni nada.
O bailar.
O aconsejarnos cómo vestirnos.
O regalarnos algo.
O nada más estar.

Pero no quiero que esto quede en el lirismo, así, un poco sentimental, un poco realista.
Estoy pidiéndole a mis amigos que descubramos qué tenemos para hacer.
No en abstracto, no “dos amigos”, “un tío y un sobrino”, “dos humanos”, no: vos, vos-vos y yo.
Descubrirlo del mismo modo en que se resuelve un acertijo.
Como buscar un tesoro y encontrarlo.
Descubrirlo y hacerlo.
Después, Bueno, después ya se verá.
Siempre la vida es ahora.

Bueno, permiso, voy a sacar el celular de la cajita.





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