miércoles, 4 de septiembre de 2019

El fin de un vampiro

Nos llevábamos muy bien con Sofía. En parte, porque era la mujer más chiflada que yo conocía. Decíamos que los padres y las madres somos vampirizados por nuestros hijos porque viven nutriéndose de nosotros, y los vampirizamos, porque los usamos para cumplir nuestros deseos. El orgullo de que un hijo sea médico, o una hija sea hermosa, o que sean ganadores, o que odien a alguien, o que sean fanáticos de un determinado club de fútbol, son todas maneras de utilizar a los chicos para el placer de sus padres, para que hagan lo que ellos no pueden hacer o quieren hacer más.
Por eso decíamos con Sofía que el hombre es el lobo del hombre y el padre es el vampiro del hijo.
Decíamos también el padre y la madre tienen distintas formas de ser vampiros. Ella se veía  a sí misma como una madre que daba la vida y luego poseía a su hijo hasta ahogarlo.
Todo esto de la vampirización nos parecía algo inevitable y una trampa muy difícil de desactivar.
Entendíamos que la comprobación de que un hijo había desactivado la trampa era que hacía lo que quería, su inspiración, por afuera del deseo de sus padres.
He venido a ver a mi hijo Fernando a Escocia para comprobar que él, sobre quien se cernió la trampa más potente  y complicada, ha zafado.
Se ha reconstruido a sí mismo lo suficiente como para tener un criterio propio para todo. Toma la iniciativa y decide sobre todas las cosas.
Vive la vida que quiere vivir. No veo que sea el que sus padres quisimos que fuera.
Aunque n poco quizás sí. Encuentro algunos rastros, pero más bien son marcas. Y con todas esas marcas es que él ha hecho otra cosa.
Cuando estoy en un grupo, no tengo problemas en tomar el liderazgo y si hay que hablar con alguien en nombre del grupo, no tengo problemas en ser yo quien inicie la conversación. Estos días Fernando es el que encara a cualquiera representando nuestro pequeño grupo de tres —él, su novia y yo. No veo que lo haga para satisfacerme, sino que ha debido desarrollar esa capacidad para sobrevivir, en Perú, Ecuador, México.
Todo lo que es, se lo debe al camino que ha hecho.
Por supuesto ha empezado con la nutrición que le dimos sus padres, pero eso no fue más que el arranque.
Lo que me da orgullo de Fernando es que es hijo de sí mismo.

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