Observo el cielo de la noche.
Uno mira las estrellas —aunque quizás otro mire el espacio
negro entre las estrellas, que es lo que más hay.
Pero yo miro las estrellas.
Los cuerpos que brillan.
Mirar las estrellas produce preguntas y después, pensamientos.
Se me ocurre que cada estrella es una persona que tiene un
grado de enamoramiento por quien la está mirando.
Algunas estrellas brillan sostenidamente, están ahí, apenas
uno levanta la vista.
Muchas otras titilan.
Algunas son tan débiles que casi no existen.
Puedo jugar con la idea de que una persona está enamorada de
muchas personas, de distinta manera con cada uno, más, menos, una vez cada
tanto, durante un tiempo o durante toda la vida, abiertamente o sin saberlo, de
modo propiciado o prohibido.
Cada estrella sería una persona que tiene algún grado de
enamoramiento por quien mira el cielo de la noche.
Uno podría mirar el firmamento y enterarse de que hay
personas cuyos deseos lo iluminan.
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