jueves, 10 de octubre de 2019

Un mínimo reparo




Las cifras “reales”me parece que van a desmentir lo que quiero expresar.
Sin embargo, creo que las cifras son una manera, en particular bastante equivoca, de leer la realidad, y creo que la realidad está diseñada por las decisiones del espíritu humano.
Pero las cifras tienen poder didáctico y usaré ese poder para hacer más gráfico mi pensamiento.Supongamos que en nuestra sociedad argentina el 10% más rico sea dueño del 60% de la riqueza del país. El 60% más pobre, quizás sea dueño del 25%.
Descartando un socialismo que genere una equidad completa, el otro extremo de un planteo de justicia social, podría proponer que el 60% más pobre avance sólo 10 puntos para ser dueño del 35%.
Sólo 10%. No sería una revolución.
Para los ricos, significaría comprarse una camisa menos cada tanto o simplemente, tener un poco menos de dinero en las cuentas en Panamá, dinero que sólo usa para tenerlo y para tener más, una suma que si les faltara de manos de un contador hábil no lo notarían.
Sin embargo, es muy posible que para los pobres ese 10% resulte un cambio total en sus vidas.
Mucho menos hicieron Perón y los Kirchner, y produjeron efectos históricos.
Es nada más que un pequeño, muy pequeño porcentaje de la riqueza del país que los más ricos deberían resignar.
Insisto, no significa nada en la vida real de los ricos: no se enfermarían más ni menos, no tendrán más ni menos casas, yates, departamentos en Londres, todo eso que los hace felices.
Y sin embargo, la sociedad argentina cambiaría muchísimo.
Una propuesta semejante puede parecer una utopía inocente, boba, siempre que no se mire a Bolivia. Porque está sucediendo allí.
El hecho de que el planteo sea una realidad en Bolivia, un país mucho menos rico que el nuestro, que ha logrado materializarla partiendo de mucho más atrás de la situación argentina de hoy, demuestra dos realidades.
Primero, que todo lo que hizo Perón fue nada más que un tibio, tímido reparo. Como si hubiera dicho: “por favor, señores, no se lleven todo. Dejen un paquete de galletitas para los chicos, que tienen hambre“.
Segundo, demuestra la codicia bestial, despiadada, perversa de los ricos, a quienes aplica lo que dijo Lula, “nunca pensé que poner un plato en la mesa de un pobre podía producir tanto odio en una clase acostumbrada a arrojar toneladas de comida a la basura”.
Podemos no aceptarlo.








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