domingo, 30 de octubre de 2022

Libre de mi padre, libre de los pobres

Lucas 14:5: Cuando le reprocharon a Jesús que no observaba la ley que mandaba descansar los sábados, él dijo que “¿quién de ustedes a quien se le caiga un hijo en un pozo, no lo rescatará porque es sábado?”

Escucho argumentos contra el Gobierno chino por imponer restricciones desmedidas en la cuarentena. No hace falta que yo esté a favor de Xi Jinping-presidente vitalicio, ni del Partido Comunista chino con sus carcamanes capaces de devorarse tenistas adolescentes de una dentellada para que pueda percibir que las críticas por las políticas que evitan muertes por Covid-19 son insensatas y están habilitadas por la pérdida del sentido de la solidaridad y del sentido humanista de tribu o comunidad, familia, sociedad.

¿Quién que vea a su padre entubado en una cama de un hospital, un padre que estaba muy bien tres días atrás, un padre que tiene 20 años por delante; quien si viera que su padre morirá en unas horas, no volvería, si le ofrecieran los carcamanes cocodrilos, cinco días atrás para quedarse en cuarentena un año entero, si ese fuera el precio para que su padre no muera?

¿Quién diría “que se muera, yo quiero ser libre”?

¿Cuál es la libertad que ganaría?




Esto me lleva a pensar que en Argentina hemos perdido ese sentido de familia, de gente, justamente nosotros, que conseguimos hazañas en derechos humanos.

Hay personas con hambre, y ¿quién de nosotros, si tuviera frente a sí una fuente de fideos y en la misma mesa un chiquito que ha comido muy mal los últimos meses, no le serviría un plato? 

Porque el chico no está en nuestra mesa, negamos por completo su existencia. 

La Iglesia del Papa, los sindicatos, el Gobierno, todos los gobiernos, el peronismo, los clubes de fútbol, las iglesias evangélicas, los clubes de barrio, las organizaciones sociales, ecologistas, feministas, las empresas con su Responsabilidad Social Empresarial, las Damas de la Caridad, las colectividades extranjeras, deberían tomar este tema en sus manos. 

¿Cuál es la libertad que ganamos con la indiferencia ante la vida desastrosa de dos chiquitos de 8 y 11 años, sin papá, con la mamá internada en un lugar para adictos, que viven con una abuela en una villa, con otros cuantos nietos, que se alimentan en la escuela y se están quedando ciegos por una enfermedad congénita y las maestras no consiguen que se les de cobertura social?


Nadie va a negarse a compartir un plato de fideos.

O quizás sí.

Quizás alguien se niegue a compartir un plato de fideos, y quizás alguien diga “mi padre, que se muera, yo quiero ser libre”.


1 comentario:

  1. He confiado en mí mismo hasta el grado de la tristeza. Me pregunto cuándo incurrí en el hábito de lavarme las manos después de cada roce con la humanidad.

    Yukio Mishima - La corrupción de un ángel
    Polaca.

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