sábado, 1 de octubre de 2022

Un espejo en China

El susto que me da mirarme un rato en el espejo y empezar a no reconocerme.

Es algo tan íntimo que me siento obligado a preguntarles si les sucede lo mismo.

No entiendo el término “extrañar“ para decir que se añora a alguien o a un lugar, o algo (quizás se trata de decir: “me siento extraño sin vos”), pero me parece perfecto para decir “me extraño“ cuando me pasa eso frente al espejo.

El verbo “extrañar“ se usa como sinónimo de añorar o sentir la falta de algo.

Se usa para decir que uno se sorprende que en algo sólo bajo la forma del reflexivo “me extraña”, como en “me extraña que ese pusilánime no le pegue a su madre”. 

Pero si alguien se presenta con un vestido amarillo chillón de un estilo que jamás usa, para decirle algo se usa el sustantivo “extraño”. Si alguien aparece en un lugar al que no suele ir, se le dice “qué extraño verte por acá”. Pero no se dice “te extraño con este vestido” o “ayer te extrañé en aquel lugar”.

¿Por qué no se usa “extrañar” como verbo para decir que algo se hace extraño?

Algunos antropólogos tuvieron que inventar la noción de “otredad”. Habiéndose terminado los otros porque el mundo se hizo global y todos somos nosotros, los antropólogos tienen el trabajo de convertir en otro a uno. 

Por ejemplo, al investigar los cambios en las tradiciones laborales de los obreros de una fábrica a lo largo de los años, si el padre de un antropólogo es uno de sus obreros, el antropólogo lo convertirá en un “otro”.

Bien podríamos decir que lo convertirá en un extraño, pero he aquí que no podemos decir que “lo extrañará”. Si dijéramos eso, estaríamos indicando que el antropólogo quiere estar con su padre y no puede, cosa que en ningún sentido es real.

Pues el meollo lingüístico se extiende a la “otredad”, porque tampoco se usa como verbo. No se dice “el antropólogo otra a su padre en la investigación”. Ni dice el antropólogo: “papá, no te pongas mal si te miro como a un bicho, lo que habrá pasado es que te otré”.





Ahora bien. Si extrañarse frente al espejo puede resultar aterrador, no extrañar nunca nada, que nunca alguna cosa te parezca diferente a lo que ya conocés, no sería igual el siniestro?

No. Siniestro no sería, pero la vida se transformaría en algo tan aburrido que uno estaría prácticamente muerto.

El chiste de venir a China es que todo es extraño. Todo está fuera de la realidad, todo debe ser descifrado.

Pero ¿qué pasa si de repente no me resulta extraño nada?

¿Qué pasa si lo que es otro ya no es otro —aunque no sea yo?

Entonces China tiene que interesarme por otra cosa que no sea su extrañeza, su otredad.

Debería empezar una nueva etapa.


Un mundo chino se le abrió a mi amigo más querido en China cuando la delicadeza de los hombres chinos ya no le bloqueó la masculinidad de los hombres chinos. 

Cuando comprendió qué la obediencia extrema de los chinos tiene un límite.

Cuando la homogeneidad de los rasgos ya no le impidió distinguir a unos de otros, tanto que no podía comprender cómo en un momento los confundía.

Cuando vio que la generosidad más pura no se estropeaba por el trato interesado.

Cuando comenzó a entender que los chinos no son contradictorios, sino que se animan a intentar la conciliación de las tendencias diferentes y hasta opuestas, para conseguir algún concierto que llaman “armonía”.


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