lunes, 30 de abril de 2012

La raya de tiza



1. Lo que hay ahí

Nunca pude apartar de mí una anécdota que mi madre me contó cuando yo era un chico de segundo grado. En un manicomio un loco trazó una raya de tiza en el suelo de cemento y horas después lo encontraron muerto, con la cabeza destrozada: se había matado en el intento de pasar por debajo de la raya.
Diría que esta historia se me ha quedado suspendida a pocos centímetros de mi cabeza.
También la historia de que mi madre se la contara suelta de cuerpo a un chico de siete años.
A ella se la había contado su primo Nelson, que era médico residente en un hospital psiquiátrico. “Él vio al loco”.
Nelson llevó a mi tío Coco al hospital para que lo conociera. Coco le había insistido porque estaba muy intrigado con la locura; luego entendió que él también se estaba volviendo loco y para no terminar como aquellos que vio internados, reducidos a un estado deplorable y larvario, se pegó un tiro en la cabeza.
Muchos años después internaron a mi primo Héctor en aquel mismo hospital psiquiátrico y yo iba a visitarlo, con la misma curiosidad de mi tío Coco.
Esa necesidad de entablar una lucha cuerpo a cuerpo, fundiéndose en el riesgo de morir, con la otra realidad extrema que está acá mismo y no la vemos.
El ansia de encontrarse aquí y ahora con el Diablo, o con Dios.

2. Matrimonios

Mi hermana se casó con un tipo que estaba a medio camino entre el exterior y el interior del hospital neuropsiquiátrico. Mi hermana es una mujer dura, resistente, y duró con ese hombre los últimos 27 años. Un día entendió que hacía mucho que ya no estaban juntos y le propuso separarse. Él se negó, y así comenzó un tira y afloje en que él se mantuvo en su decisión y mi hermana cada vez lo soportó menos. Un día el subconsciente de mi hermana hizo lo que ella no se animaba: le mostró a su marido que estaba con otro hombre. Esto desató la consabida revolución, la violencia, la obsesión, y mi hermana decidió tomarse unos días lejos de su ciudad, en Buenos Aires. Vino a parar a la casa de Sandra.
Sandra fue mi primera esposa, hace 29 años. Pocos meses después de casarnos me enamoré de su hermana. Inmediatamente corté, con Sandra, con su hermana, con el matrimonio, la familia, con toda la vida aquella que habíamos armado.
Toda la vida aquella era una raya de tiza en el suelo.
También lo fue enamorarme de la hermana.
Mi hermana conservó el parentesco con Sandra, quien todos estos años ha despotricado contra mí, y lo sigue haciendo. Anteayer, sin ir más lejos, le dijo a mi hermana que yo le sigo arruinando la vida por aquello que hice.
Hay gente que tiene muy buena memoria.

3. Un desafío cinematográfico

Anoche estaba tomando algo con una amiga con la que coordinamos talleres de redacción de cuentos en los que los escritores son crotos, gente que vive en la calle. Muchos de ellos, a propósito, suelen ser inquilinos de los hospitales psiquiátricos.
Mi amiga es una persona dinámica, humanitaria y luminosa, y en algunas cosas nos entendemos fantásticamente, en el Cielo, y en otras nada. De repente vi que pasaban por la vereda del bar en que estábamos mi hermana, aquella exesposa mía y su hermana. 
Tuve el impulso de salir a saludarlas, pero me frenó la certeza de que tendríamos un momento de violencia.
Me apuré a contarle todo a mi amiga, antes de que el grupo que iba por la vereda desapareciera. Ella no entendió, naturalmente, porque era una historia demasiado larga para ser contada en un instante, y una vez que pasó el momento, ya perdió interés.
Fue como un desafío cinematográfico imposible: contar la complicada historia que explica lo que está sucediendo ante nuestros ojos, antes de que la escena termine, en 140 segundos.
Luego continuamos charlando, pero alguien siguió paradito arriba de mi cabeza mirando en dirección hacia donde se había dirigido aquella comitiva, intentando ver si la distinguía a la distancia.
Finalmente le dije a mi amiga que sabía que estarían en el Paseo de La Plaza y le pedí que me acompañara.
    ¿Para qué? —me preguntó— ¿No me dijiste que no te pueden ni ver? No entiendo para qué querés ir. ¿Para hacer bardo?
    Sí, para hacer bardo —reconocí.

4. Mi vida sin Verónica

Una vez que hube acompañado a mi amiga a que tomara su colectivo para reunirse con otras chicas de su edad —mi amiga tiene edad para ser mi hija— y me quedé solo, pensé que el bardo no era lo mismo para ella que para mí.
Si mi amiga no lo entendía automáticamente, como lo entiende Verónica, me habría llevado años explicarle cuánto necesito el bardo que es mi manera de remover el légamo del lecho del río, allí debajo del agua fresca y diáfana en que se desarrolla la vida de mi amiga, para que del revuelto aparezcan los pedazos del Diablo.
Esos pedazos son los que dan vida a todas las criaturas y cositas de acá arriba en los inocentes paisajes de la superficie que brillan al sol.
Es muy joven aún mi amiga, y nació cantarina, sin sentido de la oscuridad, y no puede comprender que esos encuentros son los que nutren de sentido mi vida, y que vivo para procurarlos, y luego dejarlos escritos.