domingo, 6 de enero de 2013

El constructor



Eligio es constructor. Cuando construye encuentra el sentido. No es cualquier cosa: encontrar o crear sentido es lo más importante en su vida. Más aún, el sentido es esencial a su vida, desde que está vivo porque encuentra sentido. Si no encontrara sentido, estaría muerto, por muy vivo que estuviera su cuerpo biológico. De modo que encontrar sentido es para él una fuente de dicha, pero también una necesidad. Pero sobre todo es una fuente de dicha. Es una necesidad del modo que el pan es necesario para no morir de hambre, pero el sabor y el aroma  infinitamente exquisito e íntimo del pan recién horneado pertenecen al orden de la vida.
Dado que encontrar el sentido es indispensable para estar vivo, Eligio construye para vivir.
Muchas cosas puede hacer bien, muchas cosas le salen mal o no le salen, pero construir le apasiona. Mientras construye se abstrae del resto del mundo, del resto de la vida, del resto de sí.
Mientras construye, Eligio es una sola cosa con la construcción, y así se desengancha de la rueda del tiempo, de las miserias de este mundo y de la muerte. Nada, hecho agua, en las aguas del puro sentido que corren en las montañas de la Eternidad.
Lo mismo le da construir una jaula cuyas alturas fueran surcadas por los cóndores y en el piso se extendieran selvas, bosques y pantanos, que un castillo de piedras encastradas, acero y vidrio, cuyo interior sólo tomara su forma perfecta cuando lo iluminara la luna llena, en lo alto de un peñón de una isla desierta, y que una casita para luciérnagas  hecha con hierro y mica. No hay ninguna diferencia para él.
Tanto puede hacer una mansión en medio de un campo de cien mil hectáreas, como una tapera junto a muchas otras, a orillas de un río. Como a cualquier humano, a Eligio le gusta vivir bien, vestido con el mejor algodón de Egipto, la mejor seda de Italia y la mejor gabardina de Manchester, alimentándose de la gastronomía más exquisita, sana, y exótica, moviéndose en los medios de transporte que adelantan el futuro con el súmmum de la tecnología, coleccionando arte en que el alma humana ha brotado más perfectamente, etc.
Por otra parte, nació Eligio con el don del entusiasmo. Mucho lo alegra que sus amigos aparezcan montados en la caja de un camión y al encontrarlo dando un paseo a pie le griten "¡arriba, Eligio!", o salir en una excursión de pesca para atrapar tiburones, esquiar en una montaña de Mongolia, irse a leer un libro la costa de una laguna o jugar un partido de fútbol con unos extraños. Todo lo encara como una aventura.
Le lleva a Eligio el entusiasmo por todo, y le encanta vivir como un maharajá, y sabe hacer esas cosas y cada vez que puede se da todos los gustos, pero él ha descubierto que no radica en ello la sustancia de su vida, no dice cuál es su nivel. Lo que de verdad lo hace vivir hasta llevarlo más allá de la vida, hasta hacerla trascender, o hasta antes, al principio donde la vida es creada, es construir cualquier cosa.

Uruguay, 1º de enero de 2013















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