lunes, 7 de enero de 2013

Fragmentos de Tokio blues


De Haruki Murakami. Editado por Tusquets en diciembre de 2009


El tranvía casi rozaba los edificios al pasar. En el tendedero de una casa vi diez macetas de tomates y, a su lado, un gato negro y grande, dormitando al sol. Más allá, un niño hacía pompas de jabón. Se oía una canción de Ayumi Ishida. Incluso podía olerse el curry. El tranvía se abría paso entre la intimidad de la callejuela. (pág. 91)

Es maravilloso ver cómo las frutas y las verduras van creciendo día a día. ¿Has cultivado sandías alguna vez? Las sandías tienen una redondez que recuerda la de un animalito. (pág. 120)

Naoko tomó asiento a mi lado y apoyó su cuerpo contra el mío. Al rodearla con mi brazo, inclinó la cabeza en mi hombro y rozó mi cuello con la punta de su nariz. Permaneció inmóvil en esta posición como si estuviera tomándome la temperatura. Abrazado a Naoko, sentí cómo se me caldeaba el corazón. Poco después, se levantó sin decir palabra, abrió la puerta y se marchó tan sigilosamente como había llegado. Al poco me adormilé en el sofá. Arropado por la presencia de Naoko, caí en un sueño mucho más profundo que los que había tenido en años. En la cocina estaba la vajilla que usaba Naoko; en el baño, el cepillo de dientes que usaba Naoko, en el dormitorio, la cama donde dormía Naoko. En aquella semana impregnada de su presencia, dormí profundamente, exprimiendo, gota a gota, toda la fatiga acumulada en cada una de mis células. (pág. 143)

Puesto que Reiko quiso saber quién era Tropa-de-Asalto, conté una vez más sus aventuras. Ella también rió a carcajadas. Con las historias de Tropa-de-Asalto, el mundo entero se llenaba de paz y de risas. (pág. 144)

(…) si de pronto se te ocurre llevarme lejos, te pariré un montón de bebés fuertes como toros. Y viviremos todos tan felices… Revolcándonos por el suelo. (pág. 226)

— Por eso a veces miro alrededor y me siento asqueado. Me digo: ¿por qué no se esfuerzan más estos tipos? Lo único que saben hacer es quejarse.
Miré, estupefacto, a Nagasawa.
— A mí me da la impresión de que en este mundo la gente se mata trabajando —tercié—. ¿Me equivoco?
— No es más que trabajo —explicó Nagasawa llanamente—. El esfuerzo del que hablo es algo que se hace por propia iniciativa, con un propósito determinado. (pág. 269)

(…) a una señora se le salió el tampón de un estornudo. (pág. 294)

(…) dos años atrás, se había retirado definitivamente. Ahora se dedicaba a vivir la vida. Tanto la casa como el terreno eran suyos desde hacía años, todos sus hijos se habían independizado, así que decidió pasar una vejez ociosa. Él y su mujer viajaban con frecuencia.
— Qué bien —comenté.
— No tanto —dijo él—. Los viajes me aburren. Preferiría trabajar. (pág. 319)