De Haruki
Murakami. Editado por Tusquets en diciembre de 2009
El tranvía casi rozaba los
edificios al pasar. En el tendedero de una casa vi diez macetas de tomates y, a
su lado, un gato negro y grande, dormitando al sol. Más allá, un niño hacía
pompas de jabón. Se oía una canción de Ayumi Ishida. Incluso podía olerse el
curry. El tranvía se abría paso entre la intimidad de la callejuela. (pág. 91)
Es maravilloso ver cómo
las frutas y las verduras van creciendo día a día. ¿Has cultivado sandías
alguna vez? Las sandías tienen una redondez que recuerda la de un animalito. (pág. 120)
Naoko tomó asiento a mi
lado y apoyó su cuerpo contra el mío. Al rodearla con mi brazo, inclinó la
cabeza en mi hombro y rozó mi cuello con la punta de su nariz. Permaneció
inmóvil en esta posición como si estuviera tomándome la temperatura. Abrazado a
Naoko, sentí cómo se me caldeaba el corazón. Poco después, se levantó sin decir
palabra, abrió la puerta y se marchó tan sigilosamente como había llegado. Al
poco me adormilé en el sofá. Arropado por la presencia de Naoko, caí en un
sueño mucho más profundo que los que había tenido en años. En la cocina estaba
la vajilla que usaba Naoko; en el baño, el cepillo de dientes que usaba Naoko,
en el dormitorio, la cama donde dormía Naoko. En aquella semana impregnada de
su presencia, dormí profundamente, exprimiendo, gota a gota, toda la fatiga
acumulada en cada una de mis células. (pág. 143)
Puesto que Reiko quiso
saber quién era Tropa-de-Asalto, conté una vez más sus aventuras. Ella también
rió a carcajadas. Con las historias de Tropa-de-Asalto, el mundo entero se
llenaba de paz y de risas. (pág. 144)
(…) si de pronto se te
ocurre llevarme lejos, te pariré un montón de bebés fuertes como toros. Y
viviremos todos tan felices… Revolcándonos por el suelo. (pág. 226)
— Por eso a veces miro
alrededor y me siento asqueado. Me digo: ¿por qué no se esfuerzan más estos
tipos? Lo único que saben hacer es quejarse.
Miré, estupefacto, a
Nagasawa.
— A mí me da la impresión
de que en este mundo la gente se mata trabajando —tercié—. ¿Me equivoco?
— No es más que trabajo
—explicó Nagasawa llanamente—. El esfuerzo del que hablo es algo que se hace
por propia iniciativa, con un propósito determinado. (pág. 269)
(…) a una señora se le
salió el tampón de un estornudo. (pág. 294)
(…) dos años atrás, se
había retirado definitivamente. Ahora se dedicaba a vivir la vida. Tanto la
casa como el terreno eran suyos desde hacía años, todos sus hijos se habían
independizado, así que decidió pasar una vejez ociosa. Él y su mujer viajaban
con frecuencia.
— Qué bien —comenté.
— No tanto —dijo él—. Los
viajes me aburren. Preferiría trabajar. (pág. 319)