El Palacio Raggio
Hace pocos años fue desalojado. Vivían en su interior 250 familias. El dueño le
encargó a un abogado que gestionara el desalojo judicial. Éste sumó en la
operación al Gobierno y el Gobierno fue a negociar la ejecución del proceso con la Cooperativa Dignidad, dirigida por un antiguo tupamaro y un senderista desterrado y dedicada a la toma
de edificios.
Toda la mudanza la hizo un fletero millonario que parecía el más
pobre de los desalojados, pero que tenía una inteligencia rápida como el rayo y les compraba a éstos cosas que no le cabían
en sus nuevas casas. En un galpón abarrotado de trastos me mostró un piano de
cola salido de una película.
El Gobierno les otorgó subsidios y flete a las familias para que abandonaran el palacio. No trató directamente con los ocupantes: ese trabajo le tocó a la Cooperativa Dignidad, la que también diseñó el desalojo. La policía quedó afuera del procedimiento y el Gobierno sólo montó una oficina móvil para ir entregándole a cada familia que se iba, su cheque. Las familias estaban organizadas a la perfección, haciendo filas y cargando sus enseres en los camiones que los mudarían, en impecable orden, sin atropellarse, sin distraerse, en silencio. Mujeres, hombres, niños eran como soldados disciplinados. Nunca se había visto un desalojo ideal como aquel, mucho menos de centenas de personas en un mismo día (de hecho, en menos de seis horas). Esa era obra de la Cooperativa Dignidad.