Cuando veo una muchedumbre me jacto de mi capacidad para
adivinar de un golpe de vista cuánto gente hay. “Catorce”, me dije ayer, a los
minutos de que pusiéramos sobre la mesa los libros para que pudieran elegir y
retirar.
Catorce amontonados, volcados sobre la mesa.
Y Josefina y Romina y yo tensos, vibrantes, tratando de
asentar las devoluciones lo antes posible y registrar los libros que se
llevaban al instante. Queríamos que los lectores no tuvieran que esperar.
Queremos que la Biblioteca sea algo útil y de verdad. Por eso tiene sentido
para nosotros.
Cuando aflojó un poco la agitación me fui a andar por las
mesas, a charlar con algunos conocidos que me he hecho con esta actividad o que
conozco de antes. Hablé con Boquita, con el cordobés que hoy se iba a México a
dedo, con el inventor, con el erudito de Pergamino, con el brasileño. Desde las
mesas miraba a mis compañeras. Estaban plenas. No había en ese momento de sus
vidas un resquicio para las contradicciones, para preguntarse qué querían hacer
de sus vidas, para tratar de entender qué les pasa, por qué se comportan de
esta u otra manera. No había el mínimo resquicio para sufrir, para dudar, para
bajonearse.
Esas dos horas de Biblioteca eran de plenitud.
Puro sentido.
Fui feliz por ellas, por mí, por los que vamos.
Puede parecer egoísta, pero es importante que tantos los
lectores como los que sostenemos la locura de la Biblioteca la pasemos bien.
Puedo tener algunos libros para donar, si les sirven... ¿A quién tendría que escribirle?
ResponderEliminarHola Pau! Por favor escribí a bibliotecaretiro@gmail.com
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