Las mariposas surgían de las vías del tren. De pronto,
salían una, dos, revoloteando, dando vueltas entre sí, vuelta naranja y negro,
naranja y negro,. Puntos brillantes bajo el sol, subiendo primero por el andén
y finalmente por los árboles y edificios. Y suena la campanilla que anuncia la
venida del tren de las mariposas.
* * *
Era un pueblo tranquilo. Te lo digo yo. Te lo dice el
librero. Te lo dice la joven viuda. Te lo dice el viejo de los dientes. Te lo
dice la señora que vende animalitos de caramelo; y te lo dice la solterona
eterna.
Habíase creado en paz, desarrollado en paz, y seguía en paz.
Incluso cuando un hombre nació de un huevo, detrás de la panadería, seguimos en
paz. Nada podía perturbarla. Así que, para no romper la sagrada tranquilidad
pueblerina, decidió adoptarlo la solterona eterna. Si no lo hubiese hecho,
seguramente habría revueltas, extrañezas, porque, ¿Qué ser humano nace de un
huevo, y se comporta como tal? Alguien debía tomarlo como hijo, y criarlo como
si fuese normal. De otra manera, quizá hubiésemos recordado con mayor avidez
que nació de un huevo mientras caminaba por la calle, o quizá hubiese ido a
otro pueblo y lo hubiese contado, y con eso, habría venido gente de otros
países a revisar el pueblo. Y eso, habría interrumpido nuestra tranquilidad.
El caso es que esta solterona eterna, que soñaba con tener
un hijo a su avanzada edad, sin necesidad de un hombre, logró su cometido.
Apenas el pequeño nació detrás de la panadería, donde los hijos del panadero
empollaban el huevo con la esperanza de obtener lagartijas o iguanas, ella lo
adoptó.
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