jueves, 3 de marzo de 2016

Un tajo en la oscuridad


José calculó alguna vez que llevaba 17 años pasando por la plaza Sarmiento, todos los días a la misma hora. Los ladrillos partidos que pavimentaban el caminito, los rosales que bordeaban la pérgola, las fuentes con peces de cemento que echaban agua por la boca, ya eran antiguas partes de él, los tenía en su interior, se los llevaría a la otra vida. Sabía instintivamente cómo iría cambiando la plaza con las estaciones, sabía que en el momento en que pasara de camino al trabajo, al fin de la primavera sería pleno día y que en invierno andaría en la oscuridad maciza, a no ser por cinco o seis focos que iluminaban desde demasiado alto con el resto de vida agotado. Y fue una de esas mañanas de noche aún cerrada que vio en el tronco de un árbol algo imposible. Era una línea de dos metros que acompañaba al tronco verticalmente. Una rajadura, como las que tienen algunos troncos, pero revelaba una luz en el interior del árbol. 
El asombro de José era tremendo. Buscó alrededor alguien para mostrarle, y no había nadie. Se quedó plantado mirando. Se quedaría para siempre, porque cómo vas a seguir andando por el mundo como si tal cosa si estaba sucediendo esto, que cambiaba por completo la realidad? De repente, toda la realidad se le transformó en algo cruelmente opaco. Había filamentos de colores allí dentro, que se revolvían y transformaban. En un instante la realidad, la realidad de toda su vida, del pasado, del futuro, había cambiado. Sabía que se acercaría, que podía espiar otro mundo, meter la mano, acaso entrar, estar en contacto con otro mundo, y eso le revolucionaría la vida. Ya no era el mismo. 

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