Me provocan vergüenza las personas que se invisten de sus privilegios.
Leí esa frase, “si tenés más comida de la que necesitás, comprá otra mesa y ponela al lado de la tuya, en vez de levantar un muro“.
Estos días tengo el privilegio de haber sido invitado a China y recibir el trato que se les da a los diplomáticos.
Me han alojado en una suite muy confortable de un hotel magnífico a orillas del ancestral Río Perla.
El alojamiento es por diez días al entrar a China para que guarde cuarentena obligatoria, confinado en la habitación, por la pandemia de Covid-19.
El protocolo incluye que una vez por día me golpean la puerta para hacerme un test y confirmar que no estoy infectado.
Como aprovechar o siquiera usar los privilegios me disgusta, intento ser simpático y colaborativo con la persona que viene.
Siempre llega con el uniforme de astronauta sanitario que vistieron todas las personas que tomaron contacto conmigo desde que llegué al aeropuerto.
He visto que algunos visitantes que han venido a China voluntariamente en estos tiempos de pandemia, conociendo perfectamente el rigor inflexible que rige, se victimizan, manifestando su molestia por estar encerrados y por ser testeados todos los días, aprovechando para el gozo de su autocompasión la dureza del gobierno chino, a la que con gusto piensan como “dictadura comunista”.
Me parece una actitud desagradecida y poco noble.
Se pide que cuando abramos la puerta para una de las tres cosas que puede abrirse: ser testeado, recibir la comida y sacar la basura, vistamos barbijo. Cumplo con esa simple regla religiosamente, y por decencia, me pongo una bermuda y una camiseta.
Ayer la astronauta sanitaria (¿o debería llamarla “pandenauta”?), luego de introducirme el hisopo en la boca y la nariz, me señaló los pies y me dijo algo.
Yo me pongo bermuda y camiseta, pero abro la puerta descalzo.
El señalamiento de la pandenauta me hizo dos advertencias del campo de la traducción.
Primero, me vino, quizás del tiempo en que viví con mi familia paterna china, la sensación de que no está bien andar en pata. Ojotas y chancletas, hasta el presidente, pero en pata es sucio, casi como mostrar las nalgas.
¿Han visto fotos de playas chinas en que las mujeres muestran libremente la cola, como es regla desde hace décadas en las playas de Occidente?
La que se pone en malla, la usa muy grande, que le cubra lo más posible.
Es una cuestión de decoro, que nuestras abuelas decían “de decencia“. El concepto es el mismo: lo que no está bien hacer, queda feo.
Para la idiosincracia china, el pudor es virtud, y por tanto, crea belleza, y al contrario, la exhibición es exhibicionismo y resulta molesta y desagradable.
Mostrarme con los pies desnudos resultó inaceptable para aquella persona pandenauta.
Segunda advertencia. Me habló en chino y yo no entendía una palabra.
¿Me decía que me calzara en ese momento? ¿Que tenía que estar siempre calzado?
No comprendí, pero comprendí que me estaba dando una orden y me estaba retando.
El privilegiadito que no quiero usar, quería decirle en español: “usted tiene que testearme, no está acá para darme órdenes. Puede retirarse. Desaparezca de mi vista“.
Contradije ese impulso intentando comprender. La mujer agarró un rociador y le ofrecí la planta de mis pies para que les echara lavandina.
Siguió hablándome y yo no comprendiendo. Al fin entendí: me decía que “tiene chancletas en la habitación, cuando sale a la puerta debe ponérselas, porque usted puede tener virus en la piel de sus pies y sacarlos cuando se lo testea“.
Le dije que “todo bien“ en chino (una de las pocas frases que sé en ese idioma) y le agradecí repetidamente, hasta que le quedó claro que yo reconocía su trabajo, antes que priorizar mis derechos individuales garantizados por la ley internacional y las Naciones Unidas.
La mujer sonrió.
Cuando cerré la puerta sumé al uniforme para presentarme al test “barbijo + bermudas + camiseta“, unas chancletas.
La pandenauta tuvo la actitud marcial con que el Gobierno trata la pandemia, obligando a la masa a obedecer como robots para protegerla de enfermarse y morir.
“La misión del Gobierno es que nadie se quede atrás“ dijo el presidente Xi Jinping.
No es poco conmovedor, en un mundo que parece empeñado en que grandes sectores se hundan en la ignominia, del otro lado del muro, en campos de refugiados, ahogados en los mares, viendo a sus hijos morir de las enfermedades del hambre.
Que nadie se quede atrás.
Que nadie se enferme.
Atrás de la sequedad, el autoritarismo, la dureza despótica de la pandenauta y del Gobierno socialista chino, parece haber un sentimiento humanitario irrevocable.
China y Perón un sólo corazón. G.A.A
ResponderEliminarSiempre encuentro explicaciones a lo inexplicable... nunca pude caminar descaza...
ResponderEliminar