jueves, 6 de julio de 2023

Qué asco los pobres

 Todo es dosis.

Hasta el Premio Nobel de la Paz Barack Obama, que mandó a matar gente en Siria, Yemen, Afganistán, Libia, Irak, Pakistán, Somalia, tiene una dosis de amor.

Hasta Messi tiene una dosis de indolencia.


Todos tenemos dosis de muchas cosas.


Especialmente en Occidente en algún momento (seguramente Walter Benjamin o Michel Foucault lo identificaron) surgió el postulado de qué la pobreza enaltece.

Ser pobre es ser buena persona.


Claramente una falacia del consecuente, pero muchos tenemos dosis de ese precepto.


En algunos se nos combina con el de la bohemia: “soy pobre porque me dedico al arte, al pensamiento, a lo más elevado de la ser humano, y esta sociedad criminal, que crea ricos explotadores de pobres, premia a los que alimentan la máquina capitalista, enfervorizándolos con la productividad, y castiga a los artistas”.

En este argumento, la pobreza es exhibida como trofeo.  


Pero insisto, también esa postura es una dosis.


Una persona que tiene esa dosis, también puede tener una dosis de una sustancia muy diferente, la del medio pelo. 

Arturo Jauretche le dedicó un libro entero a esa dosis, hecha de quienes “tratan de aparentar un status superior al que en realidad poseen”.

“Aspiracional”, lo llama la sociología, porque esta sustancia está hecha de la aspiración de alguien de clase media a hacerse rico.


Las mujeres casándose con un vestido blanco con una cola de cuatro metros para parecer de la realeza. 

Los raperos que usan una marca carísima exclusiva para los conchetos. 

Ir a tomar café a La Biela, mostrar que se viaja, en fotos, ofreciendo detalles o exhibiendo en la casa souvenires de lugares lejanos, en lo posible exóticos, mandando a los hijos a aprender inglés, demostrar que se tiene cultura, que se tienen gustos exquisitos, saber hablar de vinos, conocer a tal persona importante, pertenecer a tal círculo exclusivo, como aquel sindicalista que pagó una fortuna (de su capital robado a sus compañeros trabajadores) para que lo aceptaran como socio del Jockey Club. 


Esta dosis es muy universal. Quién no tiene algo de querer ser más que lo que es.


Y ¿qué hay de malo en querer disfrutar?

¿Qué hay de malo en desear más?

¿Quién soy yo para impugnar a quienes disfrutan de unas vacaciones en Mar del Plata, tomando mate con tortas fritas en el Briston Hotel, pisando la misma arena que los Peralta Ramos?

¿Quién soy yo para impugnar a una madre que vive con su familia en la Villa 11-24, que se desloma para mandar a su hija a la universidad para que sea doctora?


No puedo ver nada de malo en disfrutar ni en desear más, en realidad me parece muy bien, lo aliento en mí, en mis hijos, mis amigos —salvo en lo que esta dosis tiene de afirmación de un sistema en que no existen ricos sin pobres que esos ricos explotan.


O sea, la aspiración del medio pelo tiene una dosis de placer porque “otros no tienen lo que yo sí tengo”. 


Y una vez más, aunque no exista esta última dosis, salvo en algún exótico país donde existen ricos pero no existen pobres, la única manera de que existan ricos es que haya pobres.


Casi no conozco casos de personas que deseen ser ricos y que no sientan una dosis —aunque sea insignificante— de desprecio por los pobres.




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