Del accidente de auto salió aparentemente ileso, pero en su
cabeza empezaron a pasar cosas raras.
Por ejemplo, su sentido de la causalidad estaba alterado.
Una tarde tomó un huevo entre las dos manos y lo aplastó.
Miró todo como enajenado durante un rato, luego limpió el enchastre, se lavó
las manos y me dijo "no puedo creer que sea verdad lo que pasó. Es
increíble. No puede haber sucedido. Yo pensé en hacer eso y ¡lo hice! Cómo
explicás eso, vos".
No tenía ningún impedimento físico ni mental, pero hablaba
como si entre decidir hacer algo y hacerlo mediara un milagro, algo mágico.
Le tuve lástima.
— Lo quisiste romper —le dije.
— Es que eso es lo milagroso —me contestó.
— ¿Qué? ¿Querer romper un huevo?
— Sí, querer. No necesitar: querer.
— Todo el mundo quiere.
— ¡Sí! ¡Sí! ¡Eso!