martes, 10 de septiembre de 2013

Cómo enseñar un idioma ciegamente


Le resulta obvio hasta al más distraído de los australopitecinos que las palabras son en contexto.
Que la sobregesticulación de un calabrés define las palabras que pronuncia.
Que la expresión en el rostro de un español condiciona pesadamente cada cosa que dice.
Que el volumen de la voz que usa un caribeño crea el escenario para que sus palabras vuelen.
Etcétera.
Obvio.
Y entonces, ¿a qué viene este empeño de intentar estudiar un idioma leyendo sus palabras garabateadas en papeles —a lo sumo, con alguien que ejemplifica cómo se pronuncia y explica su sintaxis?
Un chino habla con una máscara de impasibilidad y unos ojos de semblante tan inalterable como el acero; ¿qué valor da ello a su discurso?

Se me hace muy difícil la aventura de enseñar un idioma sin haber transitado esta cuestión.