sábado, 14 de septiembre de 2013

Cuando se vive demás

A fines de los 80 vivimos la maravillosa experiencia política de nuestra juventud. Habíamos pulverizado la maldición de la necedad de la izquierda que condenaba a un partido marxista a partirse en pedazos en proporción directa a su esclarecimiento ideológico.
Fuimos felices. Trotzky nos iluminaba, nos convertía en políticos radiantes y nos daba voluntad y libertad. Empujábamos en los sindicatos, las “bases”, incendiábamos las universidades, éramos miles marchando en la calle, íbamos en la cresta de una ola que avanzaba en toda Latinoamérica, la gente nos votaba en las elecciones. Teníamos una vida hermosa. Habíamos derramado los cafés y las reuniones en lo profundo de los cascarones que protegen a las vanguardias y éramos protagonistas de la realidad.
Éramos críticos implacables e impecablemente lúcidos del capitalismo, de la corrupción, de los contubernios del poder, de los sectores hegemónicos. Siempre que apuntábamos con nuestro dedo para acusar a alguien teníamos razón.
Éramos revolucionarios y teníamos razón.
Teníamos siempre razón y militábamos y entregábamos nuestras vidas a la revolución.

Eso fue a fines de los 80.
Eso fuimos.
Hoy despotricamos contra Moreno porque nos bloquea la compra de dólares, aunque viajemos a Europa más que nunca. No soportamos a los negros que se compran autos. Queremos vivir en un país en el que las manifestaciones políticas no estén recargadas de negros sudados, a quienes “obviamente compraron con un chorizan y una Coca y acarrearon en colectivos que pagamos todos”. Nos escandalizamos porque los adolescentes hacen bardo y son ignorantes que escriben con faltas de ortografía. Adoramos hablar idiomas. Somos expertos en vinos. Cultivamos nuestro paladar negro. Vamos a los cafés en las librerías de Palermo. Quisiéramos que el gobierno elimine a los trapitos. No nos rozamos con los bolivianos, los paraguayos, los peruanos más que cuando hacemos una reforma en casa y necesitamos albañiles o para que hagan la limpieza. Recitamos con regodeo “quien a los veinte no fue un idealista y a los 50 no es un capitalista, es un imbécil”.


A veces es mejor morir joven.