A fines de los 80 vivimos la maravillosa experiencia política
de nuestra juventud. Habíamos pulverizado la maldición de la necedad de la
izquierda que condenaba a un partido marxista a partirse en pedazos en proporción
directa a su esclarecimiento ideológico.
Fuimos felices. Trotzky nos iluminaba, nos convertía en políticos
radiantes y nos daba voluntad y libertad. Empujábamos en los sindicatos, las “bases”,
incendiábamos las universidades, éramos miles marchando en la calle, íbamos en
la cresta de una ola que avanzaba en toda Latinoamérica, la gente nos votaba en
las elecciones. Teníamos una vida hermosa. Habíamos derramado los cafés y las
reuniones en lo profundo de los cascarones que protegen a las vanguardias y éramos
protagonistas de la realidad.
Éramos críticos implacables e impecablemente lúcidos del
capitalismo, de la corrupción, de los contubernios del poder, de los sectores hegemónicos.
Siempre que apuntábamos con nuestro dedo para acusar a alguien teníamos razón.
Éramos revolucionarios y teníamos razón.
Teníamos siempre razón y militábamos y entregábamos nuestras
vidas a la revolución.
Eso fue a fines de los 80.
Eso fuimos.
Hoy despotricamos contra Moreno porque nos bloquea la compra
de dólares, aunque viajemos a Europa más que nunca. No soportamos a los negros
que se compran autos. Queremos vivir en un país en el que las manifestaciones
políticas no estén recargadas de negros sudados, a quienes “obviamente compraron
con un chorizan y una Coca y acarrearon en colectivos que pagamos todos”. Nos
escandalizamos porque los adolescentes hacen bardo y son ignorantes que
escriben con faltas de ortografía. Adoramos hablar idiomas. Somos expertos en
vinos. Cultivamos nuestro paladar negro. Vamos a los cafés en las librerías de
Palermo. Quisiéramos que el gobierno elimine a los trapitos. No nos rozamos con
los bolivianos, los paraguayos, los peruanos más que cuando hacemos una reforma
en casa y necesitamos albañiles o para que hagan la limpieza. Recitamos con regodeo
“quien a los veinte no fue un idealista y a los 50 no es un capitalista, es un
imbécil”.
A veces es mejor morir joven.